APUNTE.COM.DO, SANTO DOMINGO. -Resultaba curioso verla siempre sola, viajando una y otra vez en cruceros de lujo. Para muchos, la vejez suele asociarse con hogares de ancianos o residencias especializadas, pero esta mujer decidió romper con ese molde y elegir una opción poco convencional para vivir sus últimos años.
Todo comenzó cuando un pasajero le preguntó por qué había viajado sola en los últimos cuatro cruceros. La respuesta dejó a todos sin palabras: “Es más barato que un hogar de ancianos”.
El encuentro ocurrió durante un crucero por el Mediterráneo occidental, a bordo de un barco de la línea Princess. En el comedor principal, una anciana permanecía sentada sola cerca de la barandilla de la elegante escalera. Llamaba la atención que todo el personal —oficiales, camareros y asistentes— parecían conocerla muy bien.
Al preguntar al camarero quién era aquella señora, la respuesta fue simple: no era la dueña de la naviera ni una celebridad, solo una pasajera que había viajado con ellos en los últimos cuatro cruceros.
Más tarde, al cruzarse miradas, surgió la conversación. Al comentarle que sabía de sus viajes consecutivos, ella confirmó la información y explicó su decisión con total claridad. Un hogar de ancianos, dijo, cuesta alrededor de 180 euros diarios, mientras que un crucero, con descuentos por larga estancia y por edad, podía costarle unos 120 euros al día, dejándole incluso un margen económico.
Ese ahorro se traducía en comodidades: propinas cubiertas, hasta diez comidas diarias de excelente calidad, desayuno en la cama si así lo deseaba, piscinas, gimnasio, lavandería gratuita y espectáculos nocturnos. Además, contaba con productos de higiene, limpieza diaria, sábanas y toallas siempre limpias, sin tener que planchar jamás.
La mujer destacaba otro punto clave: en el crucero era tratada como cliente, no como paciente. El personal siempre estaba dispuesto a ayudarle, conocía gente nueva cada semana, y cualquier inconveniente —desde una bombilla hasta el colchón— se resolvía con rapidez y disculpas incluidas.
También subrayó la tranquilidad de tener un médico a bordo en todo momento y la posibilidad de viajar por el mundo: América del Sur, el Canal de Panamá, Tahití, Australia, Nueva Zelanda o Asia. Su conclusión era sencilla y contundente: “No me busquéis en una residencia de ancianos; llamad al barco en el que esté”.
Según el portal Snopes, la historia es real y la protagonista fue Bea Muller, una jubilada de 86 años que, tras la muerte de su esposo durante un crucero alrededor del mundo, decidió vender su casa y reservar un lugar permanente en el Cunard Queen Elizabeth 2 en el año 2000. Muller disfrutó de su vida a bordo, destacando el servicio de limpieza, los comedores, la atención médica, el spa, el gimnasio, las actividades culturales y, sobre todo, el baile. Falleció en 2013.
Bea Muller no fue un caso aislado. Antes que ella, Clair MacBeth vivió durante 14 años a bordo del mismo barco, demostrando que esta alternativa no era tan descabellada como parecía.
Aunque esta opción no es viable para personas con graves problemas de salud o alta dependencia, para quienes conservan buena condición física y mental, vivir en un crucero puede resultar una alternativa atractiva, cómoda y hasta inspiradora frente a los hogares de ancianos tradicionales.
¿Y tú, qué opinas? ¿Elegirías el mar como hogar para tus últimos años?