APUNTE.COM.DO, SANTO DOMINGO. -Durante los últimos meses, sectores visibles y otros ocultos, algunos incluso desde el anonimato, hicieron un esfuerzo descomunal por sacar de la dirección del Instituto Nacional de Bienestar Estudiantil (INABIE) al ingeniero Víctor Castro. No se trató de un proceso sencillo. Cuando llegó a esa institución, esta atravesaba una crisis vergonzosa para un organismo llamado a garantizar el bienestar estudiantil. Yo mismo fui testigo de aquellos primeros meses, donde nada parecía estar en su lugar y las decisiones fueron tomadas al margen de las normas y procedimientos.

La determinación inicial era clara. Había que gerenciar hacia adelante con reformas que devolvieran eficiencia a los procesos, credibilidad a la institución y transparencia a los servicios esenciales como la alimentación escolar y la entrega de utilería. Todo ello debía hacerse pagando deudas millonarias, bajo estricto apego al derecho y en coordinación con los órganos rectores. Lo encontrado no fueron simples desajustes, fue lo que en su momento denominé “la herencia del Diablo”.

Como hemos señalado en otras entregas, el nuevo equipo se enfrentaba a contratos mal elaborados y sin firma, expedientes financieros incompletos, adjudicaciones sin respaldo, libramientos abandonados sin los registros y documentación pertinente, documentos extraviados y un espacio paralelo de decisiones fuera de la sede oficial. Las unidades clave funcionaban como compartimientos aislados y gran parte del personal carecía de preparación, lo que evidenciaba un deterioro institucional profundo.

En medio de semejante escenario, Castro decidió avanzar sin descuidar el saneamiento. Muchos pensamos que no resistiría la presión de dirigir una entidad con un presupuesto superior a 30,000 millones de pesos. Se creyó que claudicaría ante las quejas mediáticas por atrasos en pagos o que el desorden heredado de los kits de raciones durante la pandemia lo doblegaría. Pero ocurrió lo contrario. Desplegó un estilo de gestión disciplinado, inteligente y osado.

Ese estilo se distinguió por la disciplina férrea, la capacidad de escuchar, el sentido práctico y la obsesión por los resultados. No se perdía en discursos. Cada problema se traducía en un plan concreto, medible y verificable. Con firmeza y apertura al diálogo con las partes interesadas de espíritu constructivo, convertía la adversidad en oportunidades para ordenar procesos y fortalecer la institucionalidad. Su apuesta fue siempre la transparencia, lo que le permitió enfrentar tanto presiones externas como resistencias internas.

 

Al despedirse este 18 de agosto, Castro resumió su gestión con palabras que encierran la dimensión de lo logrado. «Servir a la patria desde una institución que juega un papel de primera línea en la lucha contra el hambre y la pobreza ha sido un honor indescriptible. Me enorgullece haber aportado junto a un equipo extraordinario para que millones de estudiantes reciban cada día lo que constituye, en muchos casos, su principal alimento».

No se trató solo de resistir. También de transformar. En su balance, destacó logros concretos. La eliminación de néctares azucarados del menú escolar redujo en dos años 18 millones de libras de azúcar. Se incorporaron frutas frescas y leche 100% nacional certificada por Conaleche. Se reformularon menús con menos grasas, sodio y azúcares. Los pagos a suplidores pasaron de ocho meses a un máximo de 45-60 días. Por primera vez el Programa de Alimentación Escolar comenzó desde el primer día de clases durante tres años consecutivos.

A ello se suman otros avances. Los estudiantes de Prepara y del programa Oportunidad 14-24 fueron incluidos, garantizando alimentación escolar de lunes a lunes. Se relanzó el Sistema de Seguimiento y Vigilancia de la Calidad de los Alimentos. Se incrementaron inspecciones en cocinas y plantas procesadoras. También se cumplió con la consigna “utilería a tiempo, con todo y para todos”, con la entrega inédita de casi dos millones de uniformes y útiles escolares que alcanzaron al 100% de la matrícula oficial.

Bajo su dirección, el INABIE se consolidó como brazo del Plan Hambre Cero 2028 y contribuyó a reducir en 2% anual la pobreza monetaria según datos del MEPyD. Impulsó junto a la FAO y el Frente Parlamentario contra el Hambre un proyecto de ley de Alimentación y Nutrición Escolar con el objetivo de transformar en política de Estado los avances alcanzados.

Más allá de la alimentación, fortaleció el Programa de Salud Escolar con cirugías, lentes, rehabilitaciones y atención médica gratuita para miles de estudiantes. En lo organizativo, perfeccionó dos veces la estructura institucional y creó direcciones estratégicas que aseguran continuidad.

Hoy, cuando algunos dan por concluida una gestión que puede considerarse histórica, la pregunta es inevitable. ¿Vale la pena reiniciar desde cero el aprendizaje en una de las instituciones más complejas de la administración pública? La experiencia muestra que el Estado dominicano suele ser ingrato. Olvida rápido incluso las revoluciones institucionales más auténticas, sacrifica la honradez en nombre de urgencias políticas y pocas veces reconoce la rectitud más allá de la coyuntura.

Queda, sin embargo, una certeza. Víctor Castro probó que sí es posible administrar con resultados excepcionales en medio de intereses espurios, resistencias internas y presiones externas. El INABIE que recibió era una institución capturada por prácticas oscuras y sin rumbo. El que deja es un espacio donde germinó la semilla de la transparencia, la disciplina y la eficiencia al servicio de los escolares.

Esa es la lección mayor. Un gerente honesto y firme puede transformar hasta la herencia del Diablo en dignidad institucional. Lo difícil no fue administrar. Lo difícil fue resistir. Y resistiendo, Castro demostró que todavía cabe la esperanza de que la ética y la capacidad tengan la última palabra en el Estado dominicano.

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