APUNTE.COM.DO, SANTO DOMINGO. -Amanece todos los días sobre República Dominicana, pero su gente parece seguir dormida. No por cansancio, ni por falta de sol, sino por una anestesia colectiva que nos arrastra como fantasmas por una tierra que clama a gritos ser despertada.
Como si viviéramos hipnotizados, cargamos con problemas estructurales que nos aplastan el pecho y la conciencia, pero caminamos como si nada. El hospital público nos sacude. El sistema educativo nos avergüenza. Las calles y montañas, invadidas y taladas por haitianos y locales, nos gritan una verdad que evitamos mirar de frente.
Solo reaccionamos cuando el horror se nos impone como una bofetada. Pero después... volvemos al letargo. Seguimos votando por los mismos. Y muchos claman porque los peores del pasado, vuelvan gobernar. Seguimos justificando lo injustificable. Seguimos celebrando las ruinas como si fueran logros.
Desde la caída de la dictadura, la sociedad dominicana no ha logrado quebrar el espejo partidista que distorsiona la realidad. Cada gobierno ha traído promesas, discursos, reformas a medias y corrupción a raudales. Y cuando aparece alguien que desde el palacio quiere imponer la decencia o es derrocado o vemos como se intenta desacreditar.
La impunidad, mientras tanto, se ha perfeccionado hasta convertirse en una estructura sólida, institucionalizada, celebrada con aplausos cómplices o resignación masiva. La patria, se dice con frecuencia, está por encima de los partidos. Pero los partidos siguen secuestrando la patria. Y aunque no se puede negar que ha habido esfuerzos, los resultados son frágiles, tímidos, insuficientes. No alcanzan ni para maquillar la herida.
Los recursos están. Siempre han estado. Pero han sido robados, desviados, ocultados. Mientras tanto, la gente sigue esperando hospitales dignos, escuelas que enseñen, empleos con salarios que no humillen, y un ambiente que no se derrumbe bajo las botas tóxicas de la minería irresponsable.
¿Cómo llegamos a este punto donde comunidades enteras votan por quienes les han negado su dignidad y robado su futuro? ¿Cómo perdimos la vergüenza colectiva? Es un círculo vicioso, repetido generación tras generación. Queremos cambios, pero hacemos lo mismo. Y como decía Einstein, eso es locura.
Taiwán, Singapur, Corea del Sur, Israel... eran más pobres que nosotros en los años 60. Hoy sus ciudadanos viven con los estándares del primer mundo. Nosotros, mientras tanto, vivimos entre apagones, delincuencia, desempleo y resignación. No por falta de potencial, sino por exceso de traición.
La historia misma parece advertirnos. No olvidemos que la primera burguesía en salir al exilio en el Caribe no fue la cubana, ni la venezolana. Fue la dominicana, luego del triunfo de los Restauradores en 1863, por haber apoyado la traición de Pedro Santana y la anexión a España. Siempre hay consecuencias para quienes apuestan en contra de su pueblo.
Es tiempo de repensar el país desde la raíz. De construir una sociedad incluyente, segura y productiva. No podemos seguir obstaculizando el desarrollo porque un grupo pierde beneficios. No podemos seguir siendo rehenes de importadores que sabotean la producción nacional. No podemos seguir hipotecando el futuro por miedo al cambio.
Y ese cambio debe empezar desde la Constitución. Por la transformación del sistema judicial, para establecer el imperio de la ley y un régimen de consecuencia Porque sin justicia, todo lo demás se derrumba como un castillo de arena.
Imaginemos un Consejo Nacional de la Magistratura formado por rectores universitarios, no por políticos. De manera de tener un sistema de justicia que no responda a la influencia del poder, sino a la ley.
Un Procurador General elegido por los decanos de Ciencias Jurídicas de nuestras universidades, para tener un procurador sin amarres, sin colores partidarios. Visualicemos una Policía Nacional descentralizada, con policías municipales dirigidos por las propias autoridades locales. Y que rendirán cuenta de sus acciones localmente.
Gobernadores provinciales electos por sus provincias. Presupuestos provinciales tomando el 50% de la partida de inversión del presupuesto nacional para ser repartido entre las provincias en proporción a sus habitantes, como presupuesto provincial. Y que cada provincia tenga su gabinete e impulse su propio plan de desarrollo provincial.
Y un FBI dominicano —independiente, vigilante, implacable—,que responda al Consejo Nacional de la Magistratura, encargado de seguir la pista del dinero público y las acciones de quienes lo administran. Son cambios profundos, sí, pero posibles. Y más aún, urgentes.
Esos pequeños pasos, como decía Neil Armstrong al pisar la Luna, pueden ser un gran salto para la República Dominicana. Pero para dar ese salto, debemos despertar. De verdad. Romper el hechizo. Sacudirnos el polvo del miedo, del conformismo, del fanatismo político.
Reconciliarnos con la verdad. Y con la esperanza. Porque un país no cambia solo con ideas. Cambia con acciones. Y ya no queda tiempo para dormir, demasiados sufren, en especial los más necesitados, y para ellos, es más que sueño, son recurrentes pesadillas.