APUNTE.COM.DO, SANTO DOMINGO. -La posibilidad de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, logre sacar a Nicolás Maduro del poder en Venezuela es, según la mayoría de los expertos consultados, poco probable en el corto plazo. Aunque la Casa Blanca ha intensificado la presión —con movimiento de naves en el Caribe, sanciones y un discurso cada vez más beligerante—, la combinación del apoyo estratégico que Caracas recibe de Rusia y China y la sólida estructura de control militar y de seguridad que mantiene Maduro hacen inviable, por ahora, un cambio de régimen por la vía directa.
¿Por qué es difícil un derrocamiento abierto?
Venezuela no es un tablero vacío. En los últimos años Moscú y Pekín han tejido relaciones con Caracas que van más allá de la diplomacia simbólica: cooperación militar, venta de equipo y apoyo económico y energético que le dan margen de maniobra al régimen. Esos lazos elevan el costo político y estratégico de cualquier intervención directa estadounidense, que se vería, además, obligada a maniobrar en el seno de organismos multilaterales y frente a aliados poderosos que pueden denunciar y sancionar medidas unilaterales.
Al mismo tiempo, la estructura del poder interno —control sobre las fuerzas armadas, la inteligencia y redes de lealtad— continúa siendo el principal sostén del chavismo. Derrocar a un líder con ese anclaje requiere no sólo potencia militar sino rupturas internas significativas dentro de las propias filas del régimen. Y esas rupturas no se fabrican facilmente desde el exterior.
La vía soterrada: convencer a chavistas para provocar una fractura
Ante la dificultad de un ataque frontal, varios analistas y fuentes políticas sostienen que Washington puede optar por métodos menos visibles: trabajar para erosionar la lealtad interna del chavismo, buscando convencer a militares, funcionarios y cuadros clave para que se aparten del círculo de Maduro o se subleven. Esa estrategia implica inteligencia, operaciones de influencia, asilo, promesas de seguridad o incentivos económicos y, en el terreno más oscuro, aperturas para salidas negociadas que garanticen inmunidades o salvoconductos. Medios y comentaristas han vinculado recientes operaciones contra embarcaciones sospechosas en el Caribe con un intento por debilitar redes logísticas que sostienen al régimen, una presión que, según algunos, persigue también forzar la deserción de actores claves.
Esa ruta —subterránea y de alta inteligencia— tiene dos virtudes para quienes la promueven: reduce el riesgo de escalada abierta y, si funciona, produce un cambio de poder con apariencia de “ruptura interna” más que de intervención externa. Pero no está exenta de riesgo: una operación mal calibrada puede fortalecer la narrativa de asedio que usa el gobierno para cohesionar a sus seguidores, o provocar represalias y represalias que degraden aún más la situación humanitaria y política.
Escenario regional y reacciones internacionales
La presencia activa de barcos y unidades estadounidenses en la región ha encendido las alarmas. Venezuela ha elevado solicitudes y reclamaciones ante el Consejo de Seguridad de la ONU, mientras Rusia y China han denunciado lo que califican de "amenazas militares" y han pedido garantías contra una intervención. Ese escenario multipolar complica cualquier aventura militar: una escalada puede activar sanciones cruzadas, crisis diplomáticas y un juego de suma mayor que tarde o temprano repercute en mercados energéticos y en la seguridad hemisférica.
¿Qué probabilidades reales tiene cada ruta?
Intervención militar directa: baja probabilidad por costos estratégicos y riesgo de enfrentamiento directo con potencias que respaldan a Caracas.
Operaciones encubiertas / presión sobre redes logísticas: plausible y ya en marcha en formas limitadas (ataques a embarcaciones, sanciones selectivas).