Todo fluye, nada permanece

Redacción de Apunte.com.do.- “Todo fluye, nada permanece.”
Lo dijo Heráclito hace siglos, pero hoy lo vemos con claridad brutal en cada esquina, en cada cambio de gobierno, en cada red social, en cada relación que empieza y termina como si fuera parte de un catálogo de momentos.

Nada es eterno. Ni el poder, ni la fama, ni la gloria, ni la caída. Todo cambia. Todo se mueve. Todo fluye.

El país cambia… aunque no siempre parezca

En República Dominicana, hay quienes aún creen que las cosas duran para siempre: un cargo público, una fortuna, una posición social o un liderazgo político. Pero la realidad es otra. Hoy se aplaude al que mañana se olvida. Hoy se sigue al que mañana se cuestiona. Y eso aplica en todos los niveles.

La gente cambia de bando, de opinión, de estilo, y hasta de principios, dependiendo del viento que sople.
Lo que ayer era “verdad absoluta”, hoy se convierte en meme.
Lo que antes era escándalo, hoy se normaliza.

¿Quién diría que tantos políticos que parecían indestructibles, hoy apenas llenan un salón? ¿O que figuras que eran tendencia todos los días ahora solo se mencionan en pasados imperfectos?

Todo fluye. Nada permanece.

Fama líquida, poder de papel

En el mundo del entretenimiento y las redes, el ciclo es aún más feroz. Una figura puede ser viral por una frase, una canción o un escándalo… y a las dos semanas ya nadie la menciona.

El algoritmo no tiene memoria. El público tampoco.

Hoy te dan likes, mañana te cancelan.
Hoy eres el “más pegado”, mañana te reemplazan por un influencer de 18 años que hace lo mismo… pero más rápido y con menos ropa.

Las lealtades también fluyen

No se trata solo de figuras públicas. En la vida real también lo vemos: amistades que se evaporan, promesas que se olvidan, proyectos que ilusionan y luego se enfrían.

Todo cambia.  La gente cambia.
Las intenciones cambian.
Los “para siempre” se achican.

Y es que vivimos en tiempos líquidos, como diría Zygmunt Bauman, donde todo lo sólido se disuelve: el compromiso, la palabra, la estructura. Lo que permanece firme se considera anticuado.

¿Entonces, qué nos queda?

Nos queda entender que no todo lo que cambia es malo. Fluir también es crecer. Cambiar también es evolucionar. Pero solo si hay conciencia de lo que vale la pena conservar: la dignidad, la memoria, la gratitud, la decencia.

Porque si todo fluye pero nadie recuerda quién es ni de dónde vino, terminamos arrastrados por una corriente sin norte.

La clave no es aferrarse a lo que se va, sino saber qué queremos dejar aunque el mundo cambie.

Y mientras todo se mueve, mientras todo fluye, que no se nos olvide algo:

El carácter no debería ser líquido. Ni el respeto, desechable.