APUNTE.COM.DO, SANTO DOMINGO. -Desde hace tiempo sabemos que la historia no se repite. Sin embargo, todo parece indicar que, en sus líneas esenciales, sí lo hace. Ciertas realidades cambian de rostro y de contexto, pero la sustancia de los hechos persiste, aunque los protagonistas de hoy usen teléfonos inteligentes para anunciar, con estruendo mediático, lo que antes se hacía en secreto. Un ejemplo reciente lo confirma. La orden del presidente Donald Trump al Pentágono para reanudar las pruebas nucleares “de inmediato” y “en igualdad de condiciones con otros países” desató una inesperada inquietud mundial y reavivó el temor que muchos creían definitivamente sepultado con la Guerra Fría.

El anuncio fue lanzado, como acostumbra el presidente, a través de las redes sociales. Llama la atención que se produjera inmediatamente después de que el Kremlin confirmara las pruebas del misil de crucero de propulsión nuclear Burevestnik y del dron submarino Poseidón, armas de disuasión estratégica de nueva generación. Trump, fiel a su estilo, respondió con una medida que mezcla propaganda, imprevisibilidad y desafío militar, sin calibrar, creemos nosotros, las implicaciones técnicas, diplomáticas y ambientales de semejante decisión.

Si bien el mandatario habló de “reanudar pruebas nucleares”, el propio Departamento de Energía aclaró que por ahora los ensayos serían no explosivos, centrados en componentes y sistemas, no en detonaciones reales. Sin embargo, el simple anuncio bastó para generar alarma internacional. La Comprehensive Nuclear-Test-Ban Treaty Organization (CTBTO) advirtió que cualquier test explosivo sería “perjudicial para la paz y la seguridad global”, mientras que el Council on Foreign Relations advirtió que el gesto podría desatar una nueva carrera nuclear con Rusia y China.

Sabemos que estados Unidos no realiza explosiones nucleares desde 1992. En su lugar sus laboratorios sustituyen los ensayos reales por simulaciones avanzadas que garantizan la fiabilidad del arsenal sin romper la moratoria internacional. Reanudar detonaciones sería una empresa titánica tomando en cuenta que el polígono de Nevada está obsoleto, la infraestructura deteriorada y el personal especializado no aparecería fácilmente. Expertos citados por The Independent calculan que reconstruir las condiciones para un ensayo real requeriría entre uno y tres años, y un costo que podría superar los cien millones de dólares por prueba. De hecho, el problema no está en la inversión que implica la iniciativa, sino en el tiempo que ella requiere.

Quizás lo que Trump llama “pruebas nucleares” se refiera en realidad a ensayos de lanzamiento y no a explosiones de ojivas. Es sabido que el Pentágono realiza de manera rutinaria pruebas con misiles intercontinentales, submarinos y aire-tierra equipados con cabezas simuladas, como parte de su programa de modernización nuclear, valorado durante la administración de Obama en unos 400 mil millones de dólares. Ese plan buscaba renovar la tríada nuclear —compuesta por misiles terrestres, bombarderos y submarinos— en un plazo de diez años. Durante el primer mandato de Trump, la única novedad real fue la ojiva de bajo rendimiento W76-2, que los expertos consideran más simbólica que disuasoria.

Al parecer, Trump heredó un programa inconcluso y ahora intenta capitalizarlo para proyectar poder en un momento de fragilidad política interna y de un declive cada vez más visible de su liderazgo global. Lo negativo de ese movimiento es que su abrupta directiva amenaza con desmantelar el frágil consenso que sostuvo la contención nuclear durante más de tres décadas. Rusia ya advirtió que responderá “de acuerdo con la situación” si alguien rompe la moratoria, mientras China continúa ampliando su arsenal y probando nuevas plataformas hipersónicas de características realmente asombrosas. ¿Estamos, acaso, ante la reedición del juego geopolítico de sombras de la Guerra Fría, como atinadamente señala The Guardian?

Es nuestra esperanza que la orden de Trump responda más a un impulso político y simbólico que a una acción técnica. Que el mandatario estadounidense busque reafirmar autoridad ante el fortalecimiento militar de sus adversarios, al tiempo que procure presentarse como garante de la supremacía estadounidense, resulta comprensible dentro de la lógica del poder. Lo verdaderamente preocupante es que esa retórica puede terminar beneficiando más a sus competidores que a su propio país, al erosionar las normas de contención que sostuvieron la estabilidad global desde 1992.

Hay voces disonantes dentro de los Estados Unidos. La senadora Jeanne Shaheen calificó la decisión de “temeraria e irresponsable” y recordó que ni Rusia ni China han roto la moratoria desde hace más de treinta años. A su juicio, la reanudación de las pruebas representaría un golpe a los acuerdos de no proliferación y a la confianza internacional que, pese a su fragilidad, aún impide el regreso del terror atómico. En este contexto, resultan alentadoras las palabras del secretario de Energía, Chris Wright, quien declaró que “las pruebas de las que estamos hablando ahora son pruebas de sistema. No se trata de explosiones nucleares. Son lo que llamamos explosiones no críticas”, explicó Wright, y agregó que se probarán varios componentes para garantizar que “proporcionen la geometría adecuada y configuren la explosión nuclear”.

Al parecer, el presidente Trump, dando rienda suelta a su proverbial ímpetu y a su inmejorable dominio del lenguaje de las amenazas y represalias, ignora la complejidad de los sistemas que pretende reactivar y los enormes costos políticos y ambientales de una aventura que podría borrar décadas de diplomacia. Si su orden no pasa de ser un gesto propagandístico, el daño será limitado. Ojalá que el frágil equilibrio alcanzado durante el periodo de contención global, que tanto esfuerzo costó construir, logre perdurar más allá del siglo que discurre.