APUNTE.COM.DO, SANTO DOMINGO. -Vivir en el odio y la crispación es condenarse a una existencia sin sosiego. Es permitir que el resentimiento tome el lugar de la razón y que la desconfianza sustituya la esperanza. Ninguna sociedad puede avanzar cuando el debate se transforma en ataque, ni cuando las diferencias políticas, religiosas o personales se convierten en trincheras de división.

El odio no construye, destruye. Y la crispación permanente envenena el ambiente, erosiona las relaciones humanas y siembra desconfianza entre los ciudadanos. Cuando una nación vive crispada, se paraliza su desarrollo moral y espiritual, porque nadie escucha, nadie cede, y todos creen tener la verdad absoluta.

El respeto, la tolerancia y el diálogo son los únicos caminos posibles para sanar las heridas colectivas. Aprender a convivir con las diferencias no significa renunciar a las convicciones, sino reconocer que el otro también tiene derecho a pensar distinto.

Vivir en paz no es una utopía, es una elección. Cada persona puede decidir si quiere contribuir a la armonía o alimentar el fuego del conflicto. En tiempos de tanta división, optar por la serenidad es un acto de verdadera grandeza.