APUNTE.COM.DO, Durante gran parte del período de posguerra, el poder económico y geopolítico se concentró en Washington y sus aliados occidentales, con mayor fuerza tras el derrumbe de la Unión Soviética. Hoy los acontecimientos muestran un viraje estructural hacia un orden multipolar que debilita esa hegemonía. Los acuerdos energéticos, la diversificación financiera, la modernización logística y la consolidación de bloques regionales constituyen señales claras de un cambio de época.
Entre esos hitos destaca el acuerdo entre Moscú y Pekín para construir dos nuevos gasoductos -Fuerza de Siberia 2 y Unión Oriente- que se sumarán al ya operativo Fuerza de Siberia. Calificado por el presidente de Gazprom, Alexéi Miller, como “el mayor emprendimiento gasífero del mundo”, permitirá a China recibir hasta 50,000 millones de metros cúbicos de gas ruso al año durante tres décadas.
La relación sino-rusa se expande además a la industria aeroespacial, la inteligencia artificial, la agricultura y la cooperación científica. Más de veinte acuerdos firmados entre Putin y Xi en Pekín consolidan lo que tanto temía Occidente: un acercamiento multidimensional de China a Rusia, sumando ahora también a la India. Es un claro mensaje de cohesión y autonomía estratégica. Eurasia empieza a configurarse como un espacio político común.
Rusia asegura mercados alternativos tras la pérdida de clientes europeos y la imposición de sanciones, mientras China fortalece su seguridad energética a precios competitivos. Alemania, en cambio, enfrenta una recesión alimentada por la ruptura de sus vínculos energéticos con Moscú. Europa obedeció la exigencia estadounidense de no comprar gas ruso, sacrificando su economía y recibiendo, aun así, un trato hostil de Washington.
La geoeconomía del gas se reconfigura. Rusia proyecta ahora sus gasoductos hacia Asia, reforzando el peso económico del continente como eje del crecimiento global y dejando a Europa atrapada en energéticos más caros procedentes de Estados Unidos.
El avance del multipolarismo se refleja también en la cooperación entre Rusia, China e India. Desde que el excanciller ruso Yevgueni Primakov planteara en los noventa este triángulo geoestratégico, la idea ha cobrado forma. La última cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) lo confirmó. Narendra Modi volvió a Moscú tras siete años de ausencia y, junto a Vladímir Putin y Xi Jinping, ratificó la voluntad de articular un orden internacional menos dependiente de Occidente.
Entre las revelaciones de la cumbre sobresale la creación de un Banco de Desarrollo de la OCS, destinado a financiar infraestructuras y acelerar la desdolarización del comercio regional.
No debe pasarse por alto el megaproyecto ruso del Corredor de Transporte Transártico, que transforma la Ruta Marítima del Norte en eje de una red logística multimodal de alcance global. Esta vía de 5,600 kilómetros conecta desde San Petersburgo hasta Vladivostok y se apoya en la infraestructura portuaria y ferroviaria de Siberia y el Ártico.
El tráfico de la Ruta Marítima del Norte se multiplicó por diez en una década y se proyecta a mover entre 70 y 100 millones de toneladas para 2030. Incluye la ampliación de la mayor flota de rompehielos nucleares del mundo, la construcción de una flota comercial ártica y el desarrollo de puertos modernos y ecológicos. No solo significa una clara potenciación del comercio ruso, sino rutas más cortas, seguras y competitivas frente a los canales controlados por Occidente.
Mientras tanto, la Unión Europea enfrenta un dilema. Subordinada a Washington en defensa, comercio y tecnología, hipotecó su soberanía estratégica. Las sanciones contra Rusia y las políticas proteccionistas estadounidenses aceleraron su dependencia sin alternativas claras.
La consolidación de un eje euroasiático con sus propias fuentes de energía, financiamiento y reglas de gobernanza confirma que el poder global ya no se concentra en una sola mano. La multipolaridad se impone como un hecho consumado, aunque en Occidente insistan en no reconocerlo.
El carácter acumulativo de este proceso es evidente: gasoductos, bancos regionales, desdolarización, corredores logísticos y cooperación científica evidencian la consolidación de un sistema con múltiples centros de poder. Al parecer, un número creciente de naciones aprendieron a coordinarse en función de su soberanía e intereses.