APUNTE.COM.DO La idea del cambio llegó para quedarse. Más aún, cuando entendemos que lo único permanente es el cambio mismo. Las sociedades que no evolucionan, que se estancan, terminan por pudrirse en sus propias inercias.

La necesidad de transformación no es una moda: es una urgencia histórica. Pero no todo cambio es positivo. Necesitamos dirección, propósito y visión de país. Y es aquí donde la economía social de mercado emerge como un modelo viable y justo.

Este modelo busca equilibrar la libertad del mercado con la equidad social, combinando eficiencia económica con responsabilidad pública. No se trata de estatizar la economía, ni de dejarla librada por completo a las fuerzas del mercado, sino de fomentar una economía productiva y competitiva que incluya a todos los sectores y regiones del país.

Uno de los pilares fundamentales para lograr esta transformación es el desarrollo de un mercado de capitales sólido y accesible. Un mercado de capitales bien estructurado permite canalizar el ahorro nacional e internacional hacia sectores productivos, financiar innovación, emprendedurismo y, sobre todo, democratizar la inversión. Es, en otras palabras, una palanca para movilizar recursos sin depender exclusivamente del gasto público.

Pero para que esta economía sea verdaderamente inclusiva, debe tener anclaje territorial. Por eso proponemos desarrollar la industrialización del sector agropecuario nacional a través de un ambicioso plan de construcción de agroindustrias municipales.

La lógica es simple: cada municipio, una planta procesadora. Así, no solo se da valor agregado a la producción agrícola, sino que se incentiva la siembra, se reduce la migración rural-urbana, se multiplican las exportaciones y se dinamiza la economía local.

Lo más interesante es que esto no tendría que costarle un centavo al Estado. Cada agroindustria puede financiarse con inversión local: se construye, se divide la inversión en acciones de mil pesos y se vende entre los propios residentes.

Es una fórmula que mezcla propiedad compartida, compromiso comunitario y desarrollo económico local. El Estado solo tendría que asumir, en una primera etapa, el rol de facilitador: proveyendo personal técnico en procesamiento de alimentos, comercialización y administración, hasta que cada planta sea autosuficiente.

Además, es tiempo de mirar al mar. La pesca industrial, la acuicultura y la maricultura representan sectores con un enorme potencial aún inexplorado. Si sumamos a esto el desarrollo de un sector naval que diseñe y fabrique embarcaciones y equipos de pesca, estamos abriendo la puerta a una nueva cadena productiva que puede dinamizar puertos, generar empleo de calidad y fortalecer las exportaciones.

El objetivo debe ser ambicioso pero realizable: convertirnos en el principal suplidor de los mercados de la Cuenca del Caribe. Esto no solo es posible, sino necesario. Si somos capaces de integrar la agroindustria, la economía marítima y el capital social en una visión de país, no solo creceremos económicamente, sino que lo haremos con justicia, sostenibilidad e inclusión.

El cambio no es una amenaza. Es una oportunidad. Y llegó para quedarse. Y es el sendero para crear millares de empleos tanto en las  zonas urbanas como en las rurales.