El azúcar invisible: el enemigo silencioso en la mesa de los dominicanos”
Por Ramiro Estrella | Apunte.com.do
Cada mañana, millones de dominicanos inician su día con un café cargado de azúcar. A la hora del almuerzo, el refresco. En la noche, algún jugo procesado. Y mientras más dulce, mejor. Pero, ¿a qué precio?
El consumo excesivo de azúcar se ha convertido en una epidemia silenciosa que está minando la salud de la población, sin hacer ruido, pero con efectos devastadores. Según la Sociedad Dominicana de Endocrinología, más del 32% de los adultos presenta niveles elevados de glucosa, y se estima que 1 de cada 10 dominicanos es diabético... sin saberlo. Muchos se enteran cuando ya es tarde.
Y es que el azúcar no se presenta con rostro de amenaza. Al contrario, se esconde en lo que parece inofensivo: el pan del desayuno, la salsa del almuerzo, el yogurt “saludable”, el cereal que dice ser integral. Está en todas partes, disfrazado con nombres técnicos como “jarabe de maíz”, “fructosa”, “glucosa”, o simplemente “azúcar añadida”.
Los supermercados están repletos de estos productos. Los colmados, también. Y lo más grave: el azúcar se ha normalizado. Se ofrece con afecto, se sirve con orgullo, se celebra con entusiasmo. En muchas familias dominicanas, rechazar un dulce es visto como una falta de respeto, como si el cariño viniera empacado en galletas y refrescos.
Pero los hospitales dicen otra cosa.
Una enfermera del Hospital Francisco Moscoso Puello lo resumió con crudeza:
“Muchos vienen por un dolor de cabeza, y se van con un diagnóstico de diabetes tipo 2. Y ahí empieza su pesadilla”.
Los médicos alertan que el rostro de la diabetes está cambiando. Ya no se trata solo de personas mayores. Hoy vemos niños con sobrepeso, adolescentes con hígado graso, jóvenes de 30 años en estado prediabético. Y la mayoría sigue consumiendo azúcar sin freno, porque no lo consideran un problema.
La situación es aún más crítica en los sectores vulnerables. Allí, donde la economía no da para elegir, los productos más baratos —y por tanto más procesados— son los que mandan en la mesa. Alimentos altos en azúcares, harinas refinadas y grasas saturadas llenan los estómagos, pero envenenan el cuerpo poco a poco.
El Ministerio de Salud Pública ha lanzado campañas de concienciación, pero el cambio debe ser cultural. Es urgente enseñar a leer etiquetas, a entender los riesgos, a tomar decisiones conscientes. Porque no basta con prohibir la venta de refrescos en las escuelas si en casa hay un litro esperando en la nevera.
¿Estamos dispuestos a cambiar nuestros hábitos? ¿A revisar lo que comemos, lo que damos a nuestros hijos, lo que compramos cada día?
¿O vamos a esperar que el azúcar nos pase la factura más cara: la salud?
Una cosa es clara: el enemigo más peligroso no siempre se ve. A veces, se endulza.