Marta Corporán, para mí siempre Lucía, amor mío, recuerdo eterno (29 de julio de 1961 - 16 de febrero de 2025)
Nunca estamos preparados para enfrentar el dolor que conlleva la partida de un ser querido. En mi caso, el sufrimiento es más profundo al tratarse de mi esposa, con quien compartí los últimos 40 años de mi vida.
Quiero, sin embargo, agradecer a Dios, porque, a pesar de los momentos tan difíciles que estamos atravesando, él tiene un propósito en todo lo que permite.
Mi gratitud se extiende a todos aquellos que nos han acompañado y siguen apoyándonos en este doloroso proceso. Agradezco profundamente sus palabras de aliento, las llamadas y mensajes a través de las redes, su presencia en la funeraria, en el cementerio y a quienes se unieron a nosotros en la residencia familiar para rendirle homenaje en una actividad en su memoria.
Hablar de Lucía es hablar de una mujer extraordinaria. Fue mucho más que una compañera: mi guía, mi amiga y, sobre todo, el faro que iluminó mi camino. Gracias a ella encontré una mejor versión de mí mismo. Aprendí a ser mejor ser humano y a valorar la vida desde el amor y los principios.
A lo largo de los años compartimos alegrías, desafíos y aprendizajes. Hoy quiero recordar algunos de esos momentos, no para enumerarlos, sino para compartir un mensaje de vida que pueda servir de inspiración para otros.
Mi mensaje es claro: el amor genuino se construye sobre el respeto mutuo, el apoyo constante y la aceptación de que los desafíos forman parte del camino.
Lucía, donde quiera que estés, puedes estar tranquila, porque fuiste una persona de bien, para mí y para todos los que tuvieron la fortuna de conocerte y tratarte. Fuiste una hija ejemplar, excelente esposa, madre y amiga. Siempre estuviste dispuesta a ayudar sin esperar nada a cambio.
Recuerdo cuando ocurrió el terremoto en Haití. Me llamaste para decirme: "Tenemos que hacer algo por esa gente necesitada", y así lo hicimos.
Con frecuencia te desprendías de tu propia ropa y tomabas la mía para regalarla a quienes la necesitaran. Incluso cuando los vendedores pasaban frente a la casa, comprabas cosas que no requerías, solo por tu deseo de ayudar.
Te vas físicamente, pero en mi corazón vivirás por siempre, como una luz eterna, como un amor sin despedidas.
Siento una tristeza profunda por tu partida, pero busco encontrar paz en Dios, sabiendo que hice todo lo posible por ser el mejor compañero en cada etapa de nuestra vida. Los últimos 12 ó 13 años literalmente me los pasé contigo las 24 horas del día.
Recuerdo las tantas veces que agradecías a Dios y a mí por lo que compartimos. Siempre me decías que, si partías y regresabas, volverías a casarte conmigo, porque yo y nuestros hijos habíamos sido lo más valioso en tu vida. Ese pensamiento me reconforta y alivia el dolor de tu ausencia sin retorno.
Las veces que fallé como esposo, siempre hubo espacio para mirarnos a los ojos, hablar desde el corazón y pedir perdón. Nuestra relación estuvo basada en la comprensión, el respeto y la entrega mutua. Desde el primer momento supe que eras la compañera con quien quería compartir mi vida.
Nunca olvido nuestro primer encuentro. Me dijiste que te llamabas María, nombre que, según estudios, muchas mujeres usan para esconder su verdadera identidad, pero no te juzgué. Sabía que la confianza se construye con el tiempo, y así fue, paso a paso, hasta forjar un vínculo indestructible.
Después de tres años de noviazgo, llegó el día de nuestra boda. Pese al accidente que sufrí poco antes y la incertidumbre sobre mi recuperación, jamás dudaste. Mientras otros habrían pospuesto la fecha, tú reafirmaste tu compromiso y, al preguntarte si aún querías casarte conmigo, respondiste sin titubeos: "Sí". En ese instante entendí que el amor verdadero no se detiene ante los obstáculos, sino que los enfrenta y los vence.
A tu lado viví los momentos más hermosos. Siempre te agradeceré por no imponer barreras entre el amor que me unía a mi madre y mi responsabilidad de cuidarla. Y lo más valioso es que ella nunca te objetó, lo que hizo que nuestra relación fluyera con mayor armonía.
Fuiste noble y generosa, y gracias a ti nuestra vida en común estuvo llena de respeto, armonía y amor sincero.
Quiero destacar el amor incondicional con el que te entregaste a la formación de nuestros hijos. En los momentos en que el trabajo me alejaba, tú lo diste todo, sin reservas. Vanessa y Ramirito son el reflejo de los valores que inculcaste y del amor inquebrantable que siempre les brindaste.
Siempre luchaste a mi lado por construir una familia sólida, basada en el amor y el respeto. En cada desafío, en cada momento difícil, estuviste presente, sosteniéndome con tu amor firme e inquebrantable.
Me duele profundamente tu partida, pero me consuela saber que el amor que forjamos no termina con tu muerte. Te llevaré conmigo en cada recuerdo, en cada suspiro, en cada latido. Y sé que, en algún lugar del universo, nuestras almas volverán a encontrarse.
Soy consciente de que enfrentar la vida sin ti será un desafío inmenso. Pero confío en que Dios me dará la fortaleza necesaria para seguir adelante.
Más de 40 años a tu lado no solo valieron la pena, sino que fueron el mayor regalo que la vida pudo darme.
Descansa en paz, mi amada Lucía. Que el Señor te reciba en un lugar de luz y serenidad. Siempre vivirás en mi corazón, en mis recuerdos y en el amor eterno que te guardaré por siempre.
Que descanse en paz".
Ramiro Estrella