“Si seguimos haciendo lo estamos haciendo, seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo”
Stephen Covey

Cuando hablamos de empresa nos llega  a la mente un grupo de personas asociadas a unos equipos e instalaciones que producen bienes o servicios para el mercado. Más allá de esto la empresa es un sistema complejo que funciona dentro de un determinado entorno y cuyo propósito fundamental es combinar de manera óptima unos recursos y tecnologías para obtener ingresos asociados a ciertas expectativas de resultados económicos. 

En los últimos años es cada vez más patente que el éxito de estos “sistemas complejos” está indisolublemente atado a la capacidad innovadora de sus gestores.

Siendo, por tanto, tan crucial el tema de la innovación, concepto que, a diferencia de lo que sucede con el de tecnología, es más familiar a la sociedad y más correctamente entendido por todos, deberíamos tratar de definirla de acuerdo con las opiniones de expertos e instituciones especializadas. 

Así, de conformidad con el Manual de Oslo, texto de referencia obligatoria cuando hablamos del asunto, “…una innovación es la introducción de un nuevo, o significativamente mejorado, producto (bien o servicio), de un proceso, de un nuevo método de comercialización o de un nuevo método organizativo, en las prácticas internas de la empresa, la organización del lugar de trabajo o las relaciones exteriores.” 

De este modo, para que podamos hablar de innovación hace falta como mínimo que, el producto, proceso, métodos de comercialización u organizacional, sean nuevos o hayan sido significativamente mejorados; además, debemos tener en cuenta que la innovación engloba tanto a los bienes, servicios, procesos y métodos que las empresas son las primeras en desarrollar, como a los que han adoptado de otras empresas y organizaciones. 

Si adaptáramos el enfoque del Manual de Oslo al campo tecnológico, una innovación tecnológica sería “la creación o modificación de una tecnología y su introducción en el mercado”. Una acepción menos técnica es la que ofrece el diccionario de la Real Academia: “mudar o alterar algo, introduciendo novedades”, lo cual, extendido igualmente al campo de la tecnología, significaría “mudar o alterar una tecnología, introduciendo novedades en ella”. 

Por otra parte, una norma europea, la UNE 166000, define la innovación tecnológica como la “actividad de incorporación, en el desarrollo de un nuevo producto o proceso, de tecnologías básicas existentes y disponibles en el mercado”.

Se desprende que no son los innovadores los que deciden si lo hecho es realmente una innovación, es decir, si se trata realmente de una tecnología nueva o de una modificación  de la tecnología existente productivamente útil.  La última palabra la tiene el mercado, espacio donde se ponen a prueba los resultados prácticos del ingenio humano. 

De aquí que si nos esforzamos en actividades creativas, en modificar o mejorar productos o tecnologías, y los resultados de estos esfuerzos no llegaran al mercado bajo formas concretas de productos o tecnologías, no estaríamos hablando de innovación.  Sería básicamente el caso de una semilla de habichuela mejorada por medios biotecnológicos que nunca se ha sembrado en campo abierto y cuyas bondades, por tanto, no se han revelado ante los agricultores. 

Esto significa que el mercado (de los agricultores, en este caso) es el que en definitiva valida el valor de la innovación, esto es, “le pone precio”. Si el agricultor observa y comprueba que la productividad por hectárea al utilizar la semilla mejorada aumenta, digamos, 30%, estamos ante un caso de innovación consumada con éxito.

La innovación no es un discurso, deriva de la interacción empresa-mercado en la que la tecnología es pieza fundamental. En esa interacción el entorno dicta las tendencias, adaptaciones y cambios. Así, quien no sigue de manera estricta el comportamiento del mercado, se inclina por los dictados de su intuición y decide abrumado siempre por el peso de la tradición, jamás podría llamarse innovador. 

La cultura tecnológica se va generando gradualmente acompañada de estrategias derivadas de la correcta interpretación de las tendencias de los mercados y de una gestión inteligente y flexible. Se produce así el “abastecimiento tecnológico” que supone la adopción de distintas fórmulas, no excluyentes: alquilar tecnología, comprarla o desarrollarla, sin perder de vista que la empresa puede también contemplar la fórmula de transferir tecnologías a terceros. 

En el caso dominicano, de tecnología e innovación se habla mucho, pero lamentablemente se hace poco.

El proceso de internacionalización creciente de las economías y las empresas sugiere decisiones y políticas acertadas respecto a la inducción de cambios estructurales en el sistema productivo nacional. Estos cambios estarían llamados a fortalecer la capacidad de adaptación a la dinámica global y responder a decisiones concertadas en materia de internacionalización, estrategias exportadoras e innovación. 

En este sentido, el fortalecimiento de la competitividad de nuestras empresas, comoquiera que se la mida o evalúe, y su conveniente inserción a los mercados externos (que también debe ser un objetivo de la apertura), supone necesariamente un mayor grado de sofisticación de la producción, esto es, una mayor capacidad de agregación de valor y de incorporación de los avances tecnológicos (conocimientos útiles), así como una cultura empresarial que favorezca la innovación.

Para enfrentar los desafíos del mundo de nuestros días, la difusión y afianzamiento de una cultura innovadora deviene en una especie de palanca  de progreso ineludible. 

Es la vía más segura y sostenible para preservar y consolidar las posiciones en los propios mercados y al mismo tiempo lograr una participación en los flujos del comercio mundial sobre bases relativamente más sofisticadas, esto es, apostando más el poder transformador y renovador del conocimiento que al ya probado modelo convencional de integración transnacional, al que, en definitiva, conviene la supremacía de las ventajas comparativas estáticas (mano de obra barata, recursos naturales, etc.).