Los acontecimientos que el futuro preparaba, muestran en carne viva cuan caro ha tenido que pagar el pueblo haitiano, la incapacidad irresponsable y las ideas aventureras de sus “líderes” de todo tiempo. Han resultado huecos muchos valores de serena 

responsabilidad, que no han podido ser asimilados en aquella idiosincrasia de formación confundida. Sus retrasos esconden la mueca primitiva entre distorsiones y fisuras de una cultura de violencia y anarquía, desde aquellos tormentosos y brutales inicios de puñales ensangrentados, de racismo endémico salvaje contra blancos y mulatos, que incubara la cuna dantesca que terminó aislándoles del resto del mundo, provocando el atraso oscuro que hoy sufre esa nación. 

Hay un alarido de dolor de moribundos que estremece de vergüenza la historia. Una monstruosidad inconcebible silenciada adrede, viciosamente ocultada, nunca recreada con Trujillo en cuello, como el genocidio del 37. Hay un Templo de Dios convertido en infierno.

 Â¡Hay una Iglesia humeante en Moca, con 40 niños degollados y un chorro de sangre caliente manando aún a borbotones de la herida enorme al corazón de un pueblo! Un río de cadáveres sin sepultura boqueando en los caminos agonizantes, y una horda rencorosa de impotencia, marchando sobre un calvario rabioso de muertes sacrílegas a su regreso hacia el infierno, destrozando a sablazos de monstruo con salvaje impunidad un Santiago de los Caballeros apocalíptico, convertido en cementerio dantesco de cadáveres sin cruces. 

Los alaridos espeluznantes de millares de inocentes retumban aún en la cordillera tronante de la historia, salpicando de sangre el rostro de Jesucristo en los altares arrodillados, arrojados a la hoguera a puerta cerrada, esperando una sola lágrima doliente de algún Judas de pluma oscura o que un diabólico cura sin memoria, seque su sangre eternamente fresca, rece por sus almas y recoja un perdón mas imposible que el de Adolfo Hitler, Trujillo, o el de cualquier Ingenio del infierno. 

Sin rubor, con humildad tranquila, aceptamos el pecado “anti-patriótico” de ser “patrioteros”, “seudo-nacionalistas”, “haitianófobos” o “Chauvinistas” al “denigrante” estilo Trinitario. Estigmas que con deshonra les caben a quienes asesinan la Patria, por acidez genética o interesado descaro. Dignamente asumimos el deshonor de ser “anti-haitianos” o ridiculamente “racistas”, lo que me produciría el mismo escozor placentero que a aquellos “seudo-patriotas” de 1801, 1804, 1805, los humillados de 1822 o los heroicos de 1844 en adelante. En primera fila, tres quijotescos e indignos “patrioteros”, “haitianófobos” “seudo-nacionalistas”, “seudo-patriotas”, “anti-haitianos”, “racistas” y lustrosos “chauvinistas”: Don Juan Pablo Duarte, Don Francisco del Rosario Sánchez y Don Ramón Matías Mella, revolcándose de vergüenza y rabia ante la ingratitud traidora, en sus tumbas irrespetadas. 

No hay eventos de barbarie en nuestros ejércitos, como abundan en las embestidas de las bestias-asesinas haitianas, maquilladas y ponderadas hoy por el tintero oscuro de los escarabajos de la traición. Su ira irracional se volcó con violencia animálica contra la indefensión dominicana, poseídos de una aberración visceral sin creencias, genéticamente racista, que ¡sí marcó desde el principio sus arrebatos de eliminación de toda raza blanca! Asesinando a mansalva sus sacerdotes y los nuestros, ¡por blancos!, y a nuestros negros, solo por el pecado “patriotero” de haber nacido dominicanos. El futuro está esperando para poner en el infierno histórico las plumas traidoras e irresponsables. 

Una nación que nació ensangrentada y venera dioses espurios es una nación condenada. Esta Nación es una Biblia abierta en el mismo corazón de su bandera, La Cruz de Dios y Su Palabra. Su luz nació hace cinco siglos. Desde esos tiempos se pavonean estridentes “patriotas honorables” e “indignos patrioteros”. Me inscribo con orgullo, con toda la indignidad y el arrebato de aquellos deshonrados que coincidieron la Noche de Febrero en el Altar de los Anti-haitianos, Racistas, Seudo-nacionalistas, Patrioteros, Chauvinistas y Haitianófobos, desterrando para siempre la Barbarie y enastando para siempre la República en el Altar de la Patria. 

Esta es ¡Nuestra Tierra! desde antes de 1492. Desde los Areytos hasta hoy hemos estado construyendo el sueño de sociedad que merecemos. Hay un ideal único de Patria Profunda a respetar y cumplir. Nadie va a cercenar el futuro Duartiano de esta Nación, de esta sociedad donde se incubó el pensamiento de un Nuevo Mundo 300 años antes de que surgiera el tumulto haitiano, a menos que se esté dispuesto a ahogar este país en un charco de sangre.

Insistir en una cirugía de inserción del elemento haitiano está colmando de belicosidad el alma dominicana, echando a perder la conveniencia de contemporizar como naciones vecinas y civilizadas. Aunque siempre será tiempo de fomentar el respeto, la solidaridad y la fraternidad entre naciones fronteras, se ha despertado un encrespado sentimiento de indignación, que tarde o temprano, culminará en sangrientos enfrentamientos, cuyo final puede entenderse con solo leer la historia.

Insinuar que: “República Dominicana debería estudiar la posibilidad de adoptar otros movimientos migratorios desde su país, dirigiéndose, por ejemplo, a España y sacar las conclusiones sociopolíticas al respecto” o confesar sin rubor que “la delegación de la Comisión de Desarrollo y Cooperación está dispuesta a ayudar en este contexto”, es un insulto intolerable a la inteligencia y moral de la Primera Sociedad que habitó, creció y se educó en este Nuevo Mundo. Aquella de optimismos y superhombres de la aventura que nutrió universidades, que domaron el rumbo de la historia, cuando los manes ingrávidos de los que han conformado la jauría haitiana estarían todavía desfogando sus iras por nacer. 

Este proyecto ya está en marcha. Puede evidenciarse con solo asomarse a la misión española y comprobar el drenaje inducido de dominicanos hacia España. Portón abierto para lograr hacer el vacío a la manada haitiana, sin importar exponer en carne viva nuestras precariedades más humillantes y dolorosas.

Enumeremos los propósitos básicos:

1) Liberar del entorpecimiento que mantiene la inteligencia militar dominicana sobre nuestras fronteras a los intereses narco-políticos.
 
2) Mantener el acoso desestabilizador de penetración, principalmente la introducción masiva de ilegales. El ensamblaje programado de parturientas del placer irresponsable. ¿Dónde están los padres? ¿Existe concepto de familia, de hogar o estamos frente a la animalización del hombre, nulificado y embrutecido por la pobreza extrema? ¿A que genio del mal se le ocurre que la solución sería traspasar el cáncer de ignorancia, primitivismo y pobreza que ha caracterizado la inexistente ilusión de nación haitiana a la República Dominicana?.

 3) Introducción de mendigos y amamantadoras profesionales de todo uso; contrabando de armas y mercancías, robos de ganado y vehículos. 

4) Crear núcleos de minorías en función de grupos de presión, para reclamar lugar y ventajas, e insertar el chantaje del voto haitiano en la política dominicana. Por esta razón las organizaciones pro-haitianas presionaban para que las oficinas del Registro Civil no continuasen bajo control de la Junta Central Electoral. 

5) El delirio frustrado de llevar un día a la Presidencia dominicana a un nacional de origen haitiano. 

6) Lograr el surgimiento de autoridades contemporizadoras, llevados a puestos de importancia por elección de núcleos de mayoría haitiana en nuestras provincias, y provocar el desmembramiento, con históricos precedentes, de parte de nuestro territorio por mayoría étnica, como fue el caso norteamericano en la frontera mejicana, cuyas consecuencias se reproducen en el drama sangriento de la provincia de Kosovo. 

7) Introducir en nuestras universidades grupos masivos de “estudiantes” para mantener una silente quinta columna, útiles en un momento dado. Se ha tenido la desvergüenza insensata de insinuar el absurdo de que los dominicanos debemos aprender el menjurje agramático de un país en desintegración y darle sostenimiento a su cultura callejonera.

 El creole es un paso infeliz hacia la pesadilla de dominación de Price-Mars, de lograr una sociedad, semánticamente, dominico-haitiana. Eructado por “articulistas” resacados, entusiastas en señalar la “existencia” de un vudú “dominicano” como síntoma de identidad común, como si aquel lastre primitivo de excepción, que ha trabado el desarrollo a sus entronques africanos, más cerca del animal intrínseco que del hombre civilizado, pretendiera imponerse a nuestra moral Cristiana. 8) Frecuencias de radio en creole como elemento de penetración cultural y orientación de propósitos.

Semejante indelicadeza disfrazada de magnánimo favor, debería ser propiciada a aquellos haitianos que emigran hacia Santo Domingo y no ofrecer el “regalo envenenado” de una visa pordiosera al pueblo dominicano, para que haga el vacío al haitiano y abandone su patria.