Poeta, ensayista, dramaturgo y pianista dominicano, nació en Montecriti en 1921 y murió en Santo Domingo en 1999.

Tan pronto concluyó sus estudios secundarios en Santo Domingo, graduándose de Bachiller en Filosofía y Letras, partió hacia Chile en 1939, cuando apenas contaba 19 años de edad. Vivió diez años en la hermana nación sudamericana, donde perfeccionó sus estudios musicales y pudo conocer al Poeta de América, Pablo Neruda. Allí publicó también sus primeros poemas, siendo merecedor de varios reconocimientos públicos por parte de la prensa, escritores y universidades chilenas.

Poesía y música serán dos oficios inseparables en la vida del consagrado escritor montecristeño. Su pasión por la música, donde también recibió varios premios, lo llevó a investigar y así rescató del olvido numerosas obras musicales criollas, dándolas a conocer en conciertos, realizando una verdadera colección del repertorio lírico dominicano. Durante décadas fue maestro de piano y profesor de toda una generación de brillantes pianistas y educadores.

En toda la obra poética de Manuel Rueda se refleja su obsesión por la suerte del pueblo que lo vio nacer. En ella formula un constante retorno al desolado pueblo de su infancia, donde fraguó su talento artístico y empezó a soñar. En uno sus más extensos poemas, La criatura terrestre, el autor evoca sus años de infancia y pubertad, reconstruye un mundo íntimo; lo rescata del olvido y lo incorpora a sus preocupaciones humanísticas.

En sus Cantos de la frontera, el poeta recrea su visión sobrecogedora del drama vivido en la frontera con Haití. Es él, con su certera visión de la vida en aquella franja oprimida por el olvido y la discordia, es el más calificado para darnos una interpretación del rayano, "ese tipo indeciso que fluctúa siempre entre dos patrias colindantes, sin tener fuerzas para decidirse por ninguna". El rayano es, en la poesía de Manuel Rueda, un ser abrumado por la incertidumbre, autor de un drama que tiene mucho en común con el exilio bíblico del paraíso perdido.

Rueda sobresalió también como dramaturgo y narrador. En su teatro trató siempre de crear un símbolo, que es, para él, más complejo que la imagen. Por eso, en sus parábolas, entremeses, dramas y comedias crea personajes de la condición humana a través de la familia, las costumbres y la tradición religiosa. 

Tanto en su teatro como en su narrativa, el escritor presenta un paraíso de tipos femeninos que constituyen símbolos vivientes de nuestra sociedad. Así, por ejemplo, en su obra teatral La trinitaria blanca, Miguelina encarna la frustración surgida de una prolongada soltería; la tía Beatriz representa la conciencia de una familia honorable; la Canela, personaje femenino del drama Entre alambradas, representa a la prostituta redimida por el amor, mientras la vieja meretriz, en Laura en sábado, se yergue como ejemplo de la purificación a través del dolor.

En la década de 1970 investigó en los campos dominicanos todo cuanto pudo sobre el folklore. De sus indagaciones surgieron varios libros, entre ellos, Adivinanzas dominicanas, considerada la más extensa de América; Conocimiento y poesía en el folklore y Antología panorámica de la poesía dominicana contemporánea, 1912-1962, esta última en colaboración con Lupo Hernández Rueda. 

El 22 de febrero de 1974 pronunció una conferencia en la Biblioteca Nacional titulada Claves para una poesía plural, donde inauguró una nueva corriente de la literatura dominicana llamada Pluralismo, movimiento vanguardista donde retumban los ecos de otras corrientes literarias universales. El Pluralismo nació para vincular la poesía con su fuente primigenia, la música, donde reside su originalidad.

Todas las claves de la poesía de Manuel Rueda se resume en su obra cumbre, Congregación del cuerpo único. Ahí están, llevadas a los límites de sus posibilidades, sus preocupaciones por el ser humano y su destino, las lúcidas travesuras del lenguaje, las máscaras en tanto símbolo de la ambigüedad y ese recuerdo siempre vivo de su pueblo natal y de su gente.

Por su fructífera labor de escritor, dramaturgo y ensayista, Rueda conquistó varios premios nacionales e internacionales. Cuando vivía en Chile, fue merecedor del premio "Orrego Carvallo", otorgado al mejor pianista. Desde entonces, la prolongada obsesión por el piano suscitó en el poeta hondas reflexiones sobre su oficio de músico.

En 1954 ganó el Concurso Internacional de las Brigadas Líricas de Uruguay. Obtuvo seis premios anuales de literatura, tres de ellos en poesía, dos en teatro y uno en narrativa. Fue miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, director del suplemento cultural Isla Abierta, del periódico Hoy y director del Conservatorio Nacional de Música.

A pesar de su partida, la amplia labor literaria de Manuel Rueda sigue siendo un referente que se agiganta con el paso del tiempo. Ella debe llenar de orgullo a todos los dominicanos.

Referencia: José Alcántara Almánzar, "Manuel Rueda" en: Estudios de poesía dominicana. Alfa & Omega, Santo Domingo, 1979, pp. 313-344.