Resumen

En el siguiente artículo analizamos los orígenes y la trayectoria del ideario antillansita concebido por los líderes políticos y militares de la guerra restauradora iniciada en Santo Domingo en agosto de 1863.

Se destacan los posibles antecedentes bolivarianos del ideario y el nuevo rumbo que tomó a partir de 1865, cuando emergió con fuerza el expansionismo norteamericano.

Se exponen los aportes de los principales pensadores antillanos al proyecto de la confederación y sugiere la posibilidad de que dicho ideal adquiera las dimensiones continentales en el nuevo contexto de la globalización iniciado en los albores del siglo XXI.

Palabras claves: Confederación, ideario, antillanista, bolivariano, Gran Colombia, geopolítica, liberalismo, nacionalismo, colonialismo, imperialismo, redes de comunicación, poder alternativo.
 
La idea de una confederación de las Antillas surgió de los líderes políticos y militares que combatieron al ejército español durante los años de la anexión de Santo Domingo. Fue una respuesta ante el colonialismo y la esclavitud ejercido por el moribundo imperio español que se resistía a perder sus últimas posesiones americanas.

Inicialmente los líderes restauradores plantearon una confederación domínico-haitiana para resistir la invasión militar española iniciada el 18 de marzo de 1861. Hacía dos años que en Haití existía un nuevo gobierno que inició una política de acercamiento hacia la joven República Dominicana. Era el gobierno del general Fabre Nicolás Geffard, quien llamó al pueblo haitiano a empuñar las armas para defender la soberanía dominicana.

Existen suficientes evidencias históricas que dan cuenta de que sin el apoyo del nuevo gobierno haitiano, hubiese sido imposible el triunfo militar de los restauradores.

Entusiasmados con el respaldo logístico y militar de los haitianos, los líderes políticos de la restauración concibieron por primera vez el ideal de la confederación, primero con la República de Haití y luego con los pueblos de Cuba y Puerto Rico. La idea de la confederación de las grandes Antillas fue la mejor propuesta en aquellos años para combatir, primero al viejo colonialismo hispánico y, desde 1865, al nuevo colonialismo norteamericano.

El ideario antillanista inició así un largo recorrido. Fue concebido por los restauradores dominicanos (Luperón, Mella, Bonó, Espaillat, Filomeno de Rojas, Máximo Grullón, Rodríguez Objío) y desarrollado después por Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos, José Martí, Máximo Gómez, Américo Lugo, Federico Henríquez y Carvajal y Pedro Albizu Campos.

La unión de las Antillas para combatir a los imperios tiene su antecedente en la República de la Gran Colombia concedida por Simón Bolívar; esa primera confederación americana se inició en diciembre de 1819, en el Congreso de Angostura, con la unión de los territorios de Nueva Granada y Venezuela. Tras la guerra civil de 1830-1832, la confederación se dividió y surgieron las actuales repúblicas de Venezuela, Colombia y Ecuador.

Se recuerda que José Núñez de Cáceres intentó integrar en 1821 su "Estado Independiente del Haití Español" a la confederación bolivariana.
En el artículo 4 del Acta Constitutiva del Gobierno Provisional del Estado Independiente de la Parte Española de Haití se lee que el nuevo Estado "...entrará en alianza con la República de Colombia; entrará a componer uno de los estados de la Unión;  y cuando se ajuste y concluya este tratado, hará causa común, y seguirá en un todo los intereses generales de la Confederación". 

Más tarde, Francisco Morazán propugnó por la confederación centroamericana, inicialmente formada por Honduras, El Salvador y Costa Rica.
Los líderes antillanos vieron en la Gran Colombia, la estrategia geopolítica de alcance continental de Bolívar, la mejor manera de enfrentar el expansionismo de las grandes potencias en el siglo diecinueve.

Bolívar concibió también la idea de crear un ejército continental para liberar a los territorios que aún permanecían ocupados por España. Existen testimonios que dan cuenta de los numerosos agentes enviados por Bolívar a las Antillas mayores para sublevar a los esclavos contra sus amos y autoridades españoles, según

Fray Mario A. Rodríguez de León en su libro La conspiración de esclavos de 1821 en Bayamón. 
Con relación a Juan Pablo Duarte, desconocemos si llegó a concebir la alianza antillana, pero  sus exilios forzosos y sus viajes por varias islas caribeñas, donde gestionaba la compra de armas para liberar a su patria, probablemente lo llevaría a plantear la misma estrategia geopolítica de liberación forjada por Simón Bolívar.

El hilo conductor de la 'antillanía' vuelve a situarnos en los inicios del Grito de Capotillo, precursor de los gritos de Yara y Lares, de Cuba y Puerto Rico. La revolución anti colonialista y anti esclavista iniciada el 16 de agosto de 1963, en el cerro de Capotillo, en Dajabón, posee algún sello antillanista y bolivariano, si seguimos sus rastros.

El Acta de Independencia del 14 de septiembre de 1863, en la que miles de dominicanos anunciaron al mundo "los justos motivos de defenderse y tomar las armas" contra España, fue redactado por el abogado venezolano Manuel Ponce de León, según nos dice Emilio Rodríguez Demorizi en su obra Actos y doctrina del gobierno de la restauración.

La guerra de guerrillas, esbozada por Ramón Matías Mella en los inicios de la revolución, sería la misma autodefensa armada seguida en Cuba en su primera guerra de independencia. Junto con las tropas españolas que abandonaron a Santo Domingo en julio de 1865, arribó a Santiago de Cuba un grupo de oficiales dominicanos que había estado al servicio del ejército español durante la guerra restauradora.

Eran Máximo Gómez, Luis o Félix Marcano, Modesto Díaz o Nicolás Heredia, quienes muy pronto fueron víctimas del menosprecio de las autoridades españolas y pudieron ver la crueldad de la esclavitud practicada en Cuba. El grupo dominicano se integró a la insurrección independentista cubana que estalló el 19 de octubre de 1868.

El ideario antillanista se desarrolló a partir de 1865, cuando concluyó la guerra restauradora y empieza a sentirse en la región el expansionismo norteamericano. Nuevos líderes y pensadores antillanos comparten el ideal de independencia, la eliminación de la esclavitud, la identidad regional y la alianza estratégica ante las potencias europeas con posesiones territoriales en la región y el asomo preocupante del imperio estadounidense.

Son bien conocidas las cartas que intercambiaron líderes y pensadores de la talla de Gregorio Luperón, Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos, José Martí y Máximo Gómez en esta segunda época en la que el ideario antillanista alcanzó "los pulimentos teóricos y la estructuración ideológica" que lo sitúa, junto al liberalismo político, entre los grandes paradigmas de finales del siglo XIX y principios del XX.

Para Hostos y Betances, Luperón era "el prócer del antillanismo", "el indiscutible líder histórico de la futura confederación antillana". Según ambos pensadores puertorriqueños, República Dominicana es la nación generatriz de la nacionalidad antillana y el plan de la confederación, estrategia geopolítica que tomó cuerpo durante la guerra de los seis años contra los planes anexionistas de Buenaventura Báez a favor de los Estados Unidos.

Para difundir sus ideas, los patriotas cubanos y puertorriqueños usaron la prensa de la época. En mayo de 1875 se encontraron en Puerto Plata el doctor Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos, quienes llegaron por primera vez al país, hospedándose en la casa del general Gregorio Luperón, su más destacado y decidido amigo y gran precursor de la confederación Antillana, libre e independiente de las potencias colonialistas.

A la ciudad atlántica llegaron también otros patriotas cubanos, quienes, al igual que los borinqueños, se vieron forzados al exilio como consecuencia del fracaso militar de los gritos independentistas de Lares y de Yara, el primero ocurrido en Puerto Rico y el segundo en Cuba, entre septiembre y octubre de 1868.

Hostos, Betances y los exiliados cubanos fueron testigos de un atentado criminal contra el general Luperón ordenado por el gobierno de Ignacio María González.

Cuando a Hostos se le acusó, en la Gaceta de Santo Domingo, junto al cubano Pedro Recio, de abusar de la prensa con sus escritos y de participar en los cuerpos armados de cubanos y puertorriqueños en defensa del prócer dominicano, el insigne educador aprovechó la oportunidad para responder en el periódico El Porvenir, mediante un artículo de opinión intitulado Confesiones de un Culpable, publicado el 5 de marzo de 1876.

Decía Hostos que "la actitud de la emigración cubana, que es lo que más me importa defender, ha sido en los últimos sucesos tan reservada y tan natural, como convenía a la idea que generalmente se tiene del deber de los extranjeros en el país que los hospeda, no se ha mezclado en nada, no ha intervenido en nada… Si todos los proscriptos de Cuba y Puerto Rico han deseado ardientemente que nuestro amigo Luperón saliera ileso de los ataques de que fue víctima, y se han atrevido a desear para Santo Domingo el bien que para Cuba y Puerto Rico deseamos, no es pagar con infracciones de una ley escrita el hospedaje que debemos y agradecemos”. 

La actitud solidaria de los inmigrantes, que desde Puerto Plata desataron una fuerte campaña contra el colonialismo español, concitó airadas protestas y presiones de la representación diplomática española en Santo Domingo. Obedeciendo a tales presiones, el Presidente González decidió expulsar a los exiliados, medida que fue condenada por Luperón y la sociedad puertoplateña.

"El exilio cubano y puertorriqueño se valía del periódico Las Dos Antillas para difundir los principios de la lucha por la independencia.

El 28 de julio (de 1875) el Presidente González dictó una resolución, mediante la cual, por considerar que los emigrados cubanos y puertorriqueños denigraban a España, decidió suprimir Las Dos Antillas”, que dirigía el refugiado cubano Enrique Coronado.

“Pero el apoyo de Luperón no tenía límites. Para llenar el hueco dejado por Las Dos Antillas, se creó el periódico Las Tres Antillas”, donde la campaña contra España fue más solapada. “Y cuando éste corrió la misma suerte del primero, le sucedió Los Antillanos", que duró hasta 1876, cuando Hostos abandonó el país por primera vez. 

El 5 de septiembre de 1875 Hostos se dirigió, mediante carta, al director de El Porvenir para expresarle: "Tenga la bondad de decir en su semanario que no puedo seguir publicando Los Antillanos ni ningún otro periódico, porque me ha sido prohibido por el Gobierno de la República la publicación de ‘todo periódico".

Siete días después, Luperón escribió en el mismo semanario sobre la censura impuesta por el gobierno de González a la prensa antillanita en los siguientes términos: "Algunos mal prevenidos con la Emigración, dicen que los proscriptos de españoles hacen mal de escribir y de hablar contra sus verdugos, y que hacen propagandas (sic) contra el Gobierno amenazando abandonar el país; yo no creo que la inmigración cubana y puertorriqueña quiera salir de nuestra patria. Lo que creo es que desea permanecer en ella en condiciones de seguridad".

Los tres órganos antillanitas de Puerto Plata eran redactados por el propio Hostos, Betances y el periodista cubano (de Camagüey) Francisco R. de Argilagos.

En Santo Domingo se publicaron, entre 1870 y 1872, tres voceros que, según Federico Henríquez y Carvajal, estaban relacionados con la lucha revolucionaria de las Antillas.

Fueron ellos El Laborante (septiembre, 1870), semanario defensor de la independencia cubana, dirigido por Domingo del Monte y Federico Giraudy; El Dominicano (febrero, 1872), dirigido por Francisco Socarrás Wilson (camagüeyano) y El Universal (agosto, 1872), también dirigido por Giraudy, a quien Manuel Amiama llamó "el irreductible santiagués que hizo durante treinta años la azarosa vida del proscrito".

Esas redes de comunicación entre cubanos, puertorriqueños y dominicanos, hijas de la solidaridad que causa el infortunio entre hermanos, aportaron un sentido humanista al ideal antillanita que tomó nuevos bríos con los órganos impresos, fundados en Puerto Plata y Santo Domingo en los años posteriores al fracaso del proyecto anexionista de Buenaventura Báez.

Para dispersar a las fuerzas españolas, Hostos, Betances y Luperón concibieron un alzamiento coordinado en las grandes Antillas. La insurrección en Puerto Rico favorecería el estallido en Cuba, mientras los puertos dominicanos, ubicados en el centro de las Antillas, serían utilizados para el depósito de las armas.

En cuanto a Haití, creían que se vería obligado a respaldar la unión o perecer en el abismo.

En José Martí, la independencia de las Antillas es la garantía de que Estados Unidos no "condesen en nación agresiva las fuerzas de miseria y desorden que encontrarán empleo en la tradición de dominarnos".El apóstol cubano veía en la independencia antillana la garantía de la independencia de nuestra América.

Máximo Gómez abogó por un "Gran Centro Revolucionario, para trabajar y favorecer la independencia de las Antillas". Veía en Betances, Hostos y Federico Girandi, "tres hombres de talento, corazón y respeto", que "pueden ayudar a organizar una sociedad, tan compacta y formidable que se adueñe de todo porque yo creo que no basta que muchos pensemos de una misma manera si unidos y organizados no se trabaja".

Américo Lugo, tenido entre los nacionalistas dominicanos más íntegro y radical, compartió la idea de la Confederación Domínico-Haitiana concebida por los líderes restauradores.

Su propuesta descasaba, primero, en que ambos países debían formar una marina mercante y una marina de guerra que operen bajo las banderas de Haití y República Dominicana; segundo, en el establecimiento de centros académicos comunes que se dediquen al estudio de la fauna y flora de toda la isla, y tercero, en la suscripción de pactos que hagan posible, previos los estudios correspondientes, la explotación, con fines de interés recíproco,  de las minas y de otros recursos naturales que existen en la frontera terrestre de los dos países.

La confederación propuesta por el historiador y líder del Partido Nacionalista podría ir tan lejos como la que concibieron los demás pensadores antillanitas, abarcando desde un mercado común y de cierta integración económica, hasta la adopción, en el orden internacional, de una política que responda a los intereses permanentes de ambos países.

Lugo veía en la confederación "el camino real en la marcha de los pueblos", mientras las anexiones "son veredas que conducen a la muerte". Al igual que Hostos, Betances y Martí, pensaba que la independencia de Puerto Rico era "esencial para la Confederación de las Antillas, las cuales han de salvarse juntas o perecer".

Para crear las condiciones geopolíticas contrarias al intervencionismo norteamericano, Lugo cree que el ideal bolivariano es la mejor vía de los pueblos latinoamericanos para frenar "esa Roma sin grandeza" que son los Estados Unidos, "cuyas armas son el dinero, cuya diplomacia es el dolo". Acusaba al gobierno de la gran nación de haber "cometido tal cantidad de crímenes internacionales en su corta vida, que merecían ser puestos fuera de la ley de las naciones por la opinión pública universal".

El ideario de la Confederación fue compartido también por el intelectual dominicano Federico Henríquez y Carvajal y por el líder nacionalista puertorriqueño Pedro Albizu Campos. Henríquez y Carvajal invocaba al internacionalismo de los pueblos, la lucha solidaria por un proyecto común de nación, antillano y continental. Veía en Confederación Domínico-Haitiana "la única fórmula que puede salvar, junto con la soberanía de la isla, la nacionalidad de la patria...

Una de mis ideas queridas -decía- es la Confederación de las Antillas. Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo, son tres partes de un solo todo, cuya unión política no podrá impedir en su hora" ninguna potencia de la tierra.

En las primeras décadas del siglo veinte, las ideas de Lugo, Henríquez y Carvajal y Albizu Campos con relación a la Confederación desbordan el marco antillano y reivindican el ideal bolivariano de la patria grande latinoamericana, ante el creciente expansionismo norteamericano que había mutilado a los territorios de México y Colombia, mientras invadía a Cuba, Puerto Rico, Haití, Nicaragua y República Dominicana.

En la década de 1920, Albizu Campos andaba de gira por todas partes agitando un frente unido, "la unión iberoamericana, la hegemonía mundial de las naciones iberoamericanas". Creía que el ideal de la Confederación "lo realizará la juventud antillana porque está dispuesta a crear un poder que se ha de imponer a todo invasor". A pesar de la ocupación militar norteamericana, afirmaba que Puerto Rico, su patria chica, "era libre, independiente y soberano por su derecho y voluntad... ". Veía en Grito de Lares "la repercusión bolivariana de Ayacucho en las Antillas". 

Los acontecimientos en una parte de nuestra América han repercutido en otra. Siempre ha existido en las Antillas y en tierra continental un sentimiento de solidaridad e identidad entre los pueblos que las integran.

En la época de las dictaduras, o de las ocupaciones militares extranjeras, los pueblos latinoamericanos y caribeños han aportado su sangre y su sacrificio a favor de la libertad, la independencia y el desarrollo de nuestras naciones. Sería prolijo mencionar aquí los tantos ejemplos de esa hermandad que ha estado presente en cada momento en que una parte de nuestra América ha sido invadida o humillada por viles tiranos a lo largo del siglo veinte.

En los nuevos contextos surgidos en la era digital, del capitalismo salvaje, de las mafias transnacionales y la globalización de los mercados, donde las élites políticas locales estrechan sus vínculos con poderosas fuerzas extranjeras para perpetuar su hegemonía y sus irritantes privilegios; en una época donde el afán por acumular riquezas mal habidas parece ser el motivo de las élites que dirigen los destinos nacionales; en una época donde el hedonismo y el espejismo publicitario parecen envilecer a los pueblos americanos.

En una época donde los tratados de libre comercio son impuestos por los centros hegemónicos mundiales en perjuicio de los productores nacionales; en una época donde resurge con fuerza la xenofobia y los grupos ultranacionalistas, vinculados a sectores conservadores, aliados de poderes extranjeros; en una época donde millones de latinoamericanos han perdido sus esperanzas de superar la pobreza que acarrea la iniquidad y la mala distribución de las riquezas..., uno se pregunta si habrá espacio en el presente para revivir la idea de la Confederación antillana y bolivariana.

En ese sentido, nos permitimos hacer las siguientes sugerencias, a manera de conclusión:

a) Es importante que los sectores liberales, revolucionarios e internacionalistas de la región continúen denunciando, por todos los medios posibles, las intromisiones de poderes extranjeros que buscan apropiarse, mediante contratos leoninos, de nuestros recursos naturales con la abierta complicidad de las élites corruptas y entreguistas que gobiernan nuestras naciones;

b) Las movilidades sociales y la asistencia a foros regionales deben ser escenarios para impulsar la formación de redes con profundas raíces sociales que den nuevas dimensiones geopolíticas a una potencial estrategia de transformación caribeña;

c) Cuando las condiciones lo permitan, en cada país se integrará una asociación o centro del nuevo poder popular, antillanista y bolivariano, que desplegará cuantas iniciativas sean necesarias para concienciar a la gente sobre la pertinencia de forjar un poder popular alternativo de dimensiones continentales;

d) Una tarea interesante del nuevo esquema de poder será rescatar todas las experiencias de organización, intercambio, acción y comunicación de líderes y ciudadanos latinoamericanos y caribeños que desde los inicios del siglo diecinueve se destacaron por sus luchas contra el poder colonialista e imperialista;

e) El movimiento demandará la independencia para Puerto Rico, el levantamiento del bloqueo económico a Cuba y la desocupación militar de Haití; y,

f) El centro o asociación del nuevo poder generará acciones concretas en cada espacio, en demanda de economías solidarias y justas, orientadas hacia la mejoría progresiva de las condiciones de existencia de las mayorías nacionales.

 
 Referencias:
-Balaguer, Joaquín: La isla al revés. Haití y el destino dominicano. Editora Corripio, Santo Domingo, 1987.
 
-Cordero Michel, Emilio: República Dominicana, cuna del antillanismo. En: Revista CLÍO, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, Número 165. www.academiadehistoria.org.do
-Cruz Sánchez, Filiberto: Historia del periodismo dominicano. Editora El Nuevo Diario, Santo Domingo, 2010;
-------------. Historia de los medios de comunicación en República Dominicana. Editora El Nuevo Diario, Santo Domingo, 1997.
-Fiallo Billini, José Antinoe: La construcción antillanista: insinuaciones para una estrategia geopolítica rebelde. Ciencia y Sociedad, octubre-diciembre, año/vol. 29, número 004, INTEC, Santo Domingo, 2004, pp. 672-715.
-Lugo, Américo: Obras Escogidas, tomo 3. Biblioteca de Clásicos Dominicanos. Editora Corripio, Santo Domingo, 1993.
-Mejía, Gustavo Adolfo: Crítica de nuestra historia moderna. El Estado independiente de Haití Español. Editorial El Diario, Santiago, 1938.
-Ojeda Reyes, Félix: Betances, Meriño, Luperón: Profetas de la antillana, combatientes de nuestra libertad. En: Ciencia y Sociedad, Volumen XXIX, Número 4. Octubre-diciembre 2004. INTEC. Santo Domingo. dpc@mail.intec.edu.do
-Rodríguez Demorizi, Emilio: Actos y doctrina del gobierno de la restauración. Editora del Caribe, Santo Domingo, 1963.