Quien controle los recursos controla el futuro”.- Henry Kissinger.
APUNTE.COM.DO, SANTO DOMINGO. -En cada uno de los sorprendentes avances tecnológicos de nuestro tiempo operan discretamente elementos de altísimo valor que la naturaleza puso a disposición del ser humano. Entre ellos se encuentran las tierras raras, poco conocidas y con frecuencia mal entendidas.
Se trata de un conjunto de diecisiete metales de nombres exóticos que sostienen desde el automóvil eléctrico hasta la infraestructura militar más sofisticada. Sin ellos sería difícil hablar de transición energética, de dispositivos cotidianos funcionales y de sistemas de defensa moderna eficaces.
Las tierras raras no son exactamente escasas. El verdadero desafío está en las dificultades de su extracción y en los complejos procesos de refinado que demanda su uso industrial. Es mucho más sencillo encontrarlas que convertirlas en insumos útiles. A diferencia del oro, cuyo tratamiento es relativamente directo, el refinamiento de estos elementos implica decenas de pasos químicos y un dominio tecnológico que solo un puñado de países ha logrado consolidar.
Durante años estas dificultades llevaron a las potencias occidentales a abandonar su producción. A pesar de su enorme utilidad práctica, los costos operativos, los impactos ambientales y las bajas rentabilidades redujeron el interés de Occidente. China, en cambio, actuó con una paciencia estratégica poco común al invertir grandes sumas de dinero en estos metales de manera sostenida, asumiendo los costos y construyendo la ventaja geopolítica que hoy posee. El resultado es contundente. China produce cerca del 70% de las tierras raras y controla alrededor del 90% del refinado mundial. Ningún competidor se acerca a esa escala.
¿Qué implica este dominio para la economía global?
Para comprenderlo conviene recordar que los imanes de alto rendimiento en motores eléctricos dependen del neodimio y el disprosio. Los sensores, radares de precisión y drones requieren terbio e itrio. Los grandes aerogeneradores que simbolizan la descarbonización serían inviables sin aleaciones basadas en estos elementos. En el ámbito militar el impacto es aún más claro. Por ejemplo, un solo F-35 necesita aproximadamente cuatrocientos kilos de compuestos derivados de tierras raras. En síntesis, la competitividad tecnológica de Estados Unidos, Europa y Japón está directamente ligada a un acceso seguro y estable a estos metales.
Ante ello, las reacciones —tardías, pero inevitables— comenzaron a multiplicarse. Estados Unidos reabrió Mountain Pass, fortaleció su alianza con Australia y creó incentivos para que el sector privado desarrolle capacidades de refinado fuera de China. La Unión Europea aprobó el Acta de Materias Primas Críticas, fijando metas mínimas de producción y procesamiento interno. Japón, marcado por el embargo chino de 2010, impulsa tecnologías de reciclaje que recuperan tierras raras de dispositivos desechados. Países del Sur Global, como Brasil, Vietnam, India, Tanzania y Sudáfrica, también entran en la disputa y ya reciben —o se preparan para recibir— inversiones mineras occidentales y chinas.
Sin embargo, construir una cadena de suministro alternativa no será sencillo. China no solo domina la extracción y el refinado, sino también la producción de imanes permanentes, un segmento altamente especializado que requiere capital intensivo, ingeniería de punta y estabilidad regulatoria. Desmontar esa hegemonía demandaría miles de millones de dólares, una década de inversiones continuas y una coordinación estrecha entre gobiernos y empresas.