APUNTE.COM.DO, SANTO DOMINGO. -La política crediticia de muchos bancos y entidades financieras continúa alejándose de su propósito esencial: impulsar el desarrollo. En vez de facilitar el acceso al crédito, optan por aplicar tasas elevadas que terminan convirtiendo el préstamo en un lujo, no en una herramienta de progreso.
La realidad es clara: si las tasas fueran más flexibles, más ciudadanos se motivarían a solicitar préstamos, ya sea para emprender, mejorar su vivienda, estudiar o enfrentar una emergencia. Esa flexibilidad, lejos de representar una pérdida para el sistema financiero, abriría un abanico de beneficios. Más clientes, más movimiento económico y, sobre todo, una mayor probabilidad de pago. Porque cuando las cuotas son razonables, la gente cumple.
El modelo actual parece ignorar una verdad elemental: presionar demasiado al deudor lo acerca a la morosidad, y eso perjudica tanto al cliente como a la institución. Una tasa humanizada no solo alivia la carga del ciudadano; fortalece la cartera del banco y dinamiza el consumo, el comercio y la inversión.
La economía nacional también se beneficiaría. Un país donde más personas pueden acceder al crédito es un país que produce, compra, construye y crece. El dinero fluye, se multiplica y genera empleo. En cambio, cuando el crédito se concentra en pocos y se encarece para muchos, el desarrollo se ralentiza, la desigualdad aumenta y la movilidad social se detiene.
Tal vez el sistema financiero deba replantearse algo fundamental:
no se trata solo de cuánto se cobra, sino de cuántos pueden pagar.
El crédito debería ser un puente hacia el progreso, no una trampa de intereses imposibles.