APUNTE.COM.DO. -Somos testigos de una transformación silenciosa pero profunda en el mercado global de las tierras raras, ese conjunto de 17 elementos químicos -los lantánidos, junto al escandio (Sc) y el itrio (Y)- que forman la base invisible de la revolución tecnológica contemporánea.

En apariencia, se trata solo de un reajuste comercial, pero en realidad estamos ante un reacomodo estratégico entre las grandes potencias, que compiten por el control de los minerales indispensables para la energía limpia, la defensa y la inteligencia artificial. Desde la llegada al poder del presidente Donald Trump, esta pugna reconfigura el equilibrio industrial y geopolítico del siglo XXI, al revelar la fragilidad de las cadenas de suministro y el surgimiento de una nueva carrera por la soberanía tecnológica.

Durante más de tres décadas, China mantiene un dominio casi absoluto sobre la extracción y el procesamiento de estos metales esenciales. Su supremacía no fue casual, sino fruto de una estrategia de Estado basada en subsidios, planificación industrial y una cadena de valor integrada. Sin embargo, esa hegemonía comienza a recibir presiones significativas desde las gradas de la política industrial de Estados Unidos, que busca reducir una dependencia considerada incompatible con su seguridad nacional.

No exageramos al afirmar que las tierras raras son parte del ADN tecnológico del siglo XXI. Están presentes en los imanes permanentes que mueven las turbinas eólicas, en los motores de vehículos eléctricos, en los sistemas de guiado de precisión, en las comunicaciones avanzadas, en los equipos médicos de alta tecnología, en los drones militares, tan usados en la guerra entre Rusia y Ucrania, y en la electrónica de consumo que usamos a diario.

La economía digital y la transición energética dependen de estos minerales tanto como del litio, el cobre o el níquel. Por eso, las tensiones actuales trascienden lo comercial y se sitúan en el plano estratégico, donde se libra una batalla decisiva para decidir finalmente quién controla la extracción, el procesamiento y la refinación. En el fondo, lo que está en juego es el dominio sobre las tecnologías del futuro.

El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, reavivó el debate al señalar que la supremacía china podría debilitarse en un plazo relativamente corto. Las inversiones se multiplican en minería, procesamiento, reciclaje y desarrollo tecnológico, con leyes que promueven subsidios y garantías para crear una cadena de suministro alternativa capaz de sostener la demanda de la industria automotriz, energética, militar y electrónica.

Mientras tanto, China endurece los controles sobre la exportación de tierras raras e imanes, medida que entrará en vigor plenamente dentro de un año. Es una señal inequívoca de su voluntad de usar su ventaja industrial como activo geopolítico. Washington responde fortaleciendo sus alianzas con Brasil, Australia y Japón, y financiando proyectos que diversifican la oferta. Australia participa en nuevas exploraciones y plantas de refinación, mientras Estados Unidos y Japón investigan yacimientos cercanos a la isla Minamitorishima, que podrían alterar el equilibrio global si llegan a explotarse industrialmente.

La verdadera dificultad para Estados Unidos y Europa no radica tanto en la minería como en la refinación, etapa que China domina con una ventaja tecnológica e institucional construida durante décadas. Las plantas occidentales enfrentan costos más altos debido a regulaciones ambientales estrictas y estructuras operativas menos integradas. El resultado es un panorama donde la transición hacia un modelo más equilibrado será larga y costosa, y donde el futuro tecnológico del mundo sigue, por ahora, en manos de Pekín.