En pleno siglo XXI, la República Dominicana sigue luchando contra una vieja pesadilla: los apagones. Pese a los millones invertidos en generación y distribución eléctrica, los cortes siguen afectando hogares, comercios y zonas completas del país.
Las excusas son las mismas: mantenimiento, sobrecarga, averías. Pero detrás de esas justificaciones se esconde un mal más profundo: la falta de planificación, la ineficiencia administrativa y la politización del sistema energético. Cada apagón es un recordatorio de que seguimos atrapados en un modelo que no responde a las necesidades de una nación moderna.
Lo más preocupante es que este problema golpea con mayor fuerza a los sectores más vulnerables. En los barrios populares, donde el acceso a inversores o plantas eléctricas es un lujo, los apagones significan oscuridad literal y social. Mientras tanto, las empresas y urbanizaciones de mayor poder adquisitivo apenas sienten las interrupciones.
El país necesita asumir el tema energético como una prioridad nacional y no como una herramienta política de cada gobierno. Las promesas deben traducirse en resultados medibles, con inversiones orientadas a la eficiencia, las energías limpias y la transparencia en la gestión. De lo contrario, seguiremos encendiendo velas mientras el desarrollo se apaga.
La energía es sinónimo de vida, producción y esperanza. Sin ella, no hay crecimiento posible. Superar los apagones no es solo una meta técnica, es un compromiso moral con el futuro de todos los dominicanos.