APUNTE.COM.DO, SANTO DOMINGO. -La espontaneidad y la calidez del dominicano son cualidades que se sienten a primera vista. No hace falta mucho para comprobarlo: basta viajar en una guagua, entrar a un colmado o hacer fila en el banco para descubrir que, en pocos minutos, un desconocido puede convertirse en compañero de charla. Esa habilidad natural para romper el hielo y generar confianza nos distingue y, de algún modo, nos define como pueblo.

El humorista Felipe Polanco (Boruga) lo resume con su frase popular: “Es que somos así… es que somos así”. Más allá del humor, sus palabras encierran una verdad cultural: somos un país donde la gente habla con franqueza, se ríe de sí misma y siempre tiene un comentario ingenioso a flor de labios. Esa facilidad de crear empatía es, sin dudas, un sello de identidad.

Un rasgo que traspasa fronteras

Lo interesante es que esta costumbre no se limita al territorio nacional. En cualquier ciudad del mundo donde haya una comunidad dominicana, el fenómeno se repite. En Nueva York, Madrid o San Juan, basta con escuchar un acento o una palabra típica para que surja la conexión inmediata. Lo que para otros sería apenas un intercambio breve, para el dominicano es la oportunidad de iniciar una amistad.

Esa capacidad de reconocerse y abrirse con naturalidad hace que, incluso fuera de casa, los dominicanos mantengan vivo su sentido de comunidad. Es como si llevaran el Caribe en la sangre, listo para compartirlo con quien se cruce en el camino.

La mirada de los expertos

Sociólogos y antropólogos coinciden en que este rasgo cultural tiene raíces históricas. La mezcla de culturas, la tradición oral, la música, el baile y el calor del Caribe han moldeado a un pueblo alegre, resiliente y profundamente social. Para muchos especialistas, el humor y la cercanía son herramientas de resistencia: mecanismos que ayudan a enfrentar las dificultades cotidianas sin perder la alegría de vivir.

Una riqueza intangible

No son pocos los turistas que, al visitar el país, aseguran que lo que más les impacta no es únicamente la belleza de las playas o la majestuosidad de las montañas, sino la gente. “Aquí te hacen sentir en casa desde el primer día”, dicen. Y no se equivocan: la hospitalidad dominicana es un tesoro intangible que deja huella en todo el que nos visita.

Se trata de un valor que complementa nuestra oferta cultural y turística, y que se convierte en una herramienta poderosa para proyectar una imagen positiva de la República Dominicana en el mundo.

También en el amor

La espontaneidad dominicana no se queda solo en la amistad; tiene su magia en el amor. Un comentario ingenioso, una mirada cómplice o una risa compartida pueden abrir el camino a un “enganche”, esa chispa inicial que a veces se convierte en romance. Los dominicanos y dominicanas, con su picardía y simpatía, saben cómo romper barreras de timidez y despertar interés de manera natural.

No es raro ver cómo un saludo casual en la calle o un “¿cómo estás?” en una fiesta termina en risas, coqueteo y, eventualmente, en relaciones más profundas. Esa capacidad de seducir con humor, calidez y cercanía forma parte de un arte social que se transmite de generación en generación, y que convierte al dominicano en un maestro de la interacción humana.

Un patrimonio vivo

La espontaneidad y la calidez no son simples costumbres pasajeras: son parte de un patrimonio cultural vivo que atraviesa generaciones. Desde las tertulias en las esquinas de los barrios hasta las largas conversaciones en parques o colmadones, el dominicano ha creado un estilo propio de socializar.

En tiempos donde la prisa y la indiferencia parecen imponerse en otras sociedades, el dominicano conserva su capacidad de detenerse, mirar a los ojos, escuchar, coquetear y compartir. Esa es, sin dudas, una riqueza tan valiosa como cualquier monumento histórico o recurso natural que posea el país.