La crisis política de la dictadura de Trujillo se inició con el secuestro y posterior desaparición del escritor Vasco Jesús de Galíndez, uno de los refugiados españoles que vino a República Dominicana en la década de 1940.

Durante algunos años, Galíndez sirvió a la dictadura, pero luego entró en desgracia y marchó a Estados Unidos, donde escribió una verdadera radiografía sobre La Era de Trujillo, su tesis doctoral en la Universidad de Columbia que causó su secuestro por orden del tirano en la ciudad de Nueva York, en marzo de 1956.

Traído al país, fue desaparecido por Trujillo, quien jamás le perdonó la publicación de un libro tan certero y crítico sobre su régimen.

El secuestro y desaparición de Galíndez originó una cadena de crímenes, pues a medida en que el escándalo crecía en la opinión pública norteamericana, Trujillo ordenaba la muerte de otras personas involucradas en el secuestro, tratando de ocultar su responsabilidad y evitar posibles sanciones internacionales a su régimen. 

La siguiente víctima lo sería el piloto estadounidense Gerald Murphy, quien condujo el avión con el escritor a bordo hacia República Dominicana.

El asesinato de Murphy fue atribuido por los “investigadores” del régimen al piloto y capitán de la Fuerza Aérea Dominicana Octavio de la Maza (alias Tavito), quien había sido el copiloto de la aeronave.

Tavito fue condenado y mientras guardaba prisión en la cárcel La Victoria, fue encontrado ahorcado, crimen que el gobierno presentó como un suicidio.

La intención del tirano era acabar con los testigos del secuestro del escritor Vasco, pero al desaparecer a un ciudadano de Estados Unidos y a un miembro de la familia De la Maza, jamás imaginó que tales crímenes sellarían su suerte.

Esos crímenes crearon en Estados Unidos una amplia corriente de opinión contraria a la permanencia de un dictador que se atrevía a matar y secuestrar impunemente en territorio norteamericano. Los periódicos The New York Times y el Washington Post, dos de los más influyentes de la época, dieron una amplia cobertura a la situación dominicana y eso fue decisivo en el viraje de la política de Washington respecto al dictador dominicano. 

En la década de 1950 habían caído algunos dictadores latinoamericanos, socios de Trujillo, entre ellos, Domingo Perón, en Argentina, Gustavo Rojas Pinilla, en Colombia, Marcos Pérez Jiménez, en Venezuela y Fulgencio Batista, en Cuba. Trujillo permitió que ellos se refugiaran en República Dominicana, con lo cual empeoraba su imagen internacional, pues en toda América Latina se desarrollaba un oleaje democrático contrario a las dictaduras militares tradicionales.

En ese nuevo contexto internacional, se produjo el triunfo de la revolución cubana liderada por Fidel Castro y Ernesto –Che- Guevara contra la dictadura de Batista.

Ese acontecimiento impactó tanto a los exiliados dominicanos, que de inmediato constituyeron el Movimiento de Liberación Dominicana, encabezado por Francisco Castellanos, Juan Isidro Jimenes-Grullón, Cecilio Grullón y Francisco Canto.

El movimiento, organizado en La Habana, tenía el respaldo de otros exiliados dominicanos residentes en Nueva York, Caracas y San Juan. También contó con el apoyo en armas, dinero y aviones de los gobiernos cubano y venezolano, presididos por Castro y Betancourt respectivamente.

Mientras los revolucionarios dominicanos se preparaban en Cuba, Trujillo utilizaba, en 1959, casi el 50 por ciento del Presupuesto Nacional para comprar nuevas armas. A los gastos excesivos en compra de armamentos le siguió la fuga de capitales, pues los familiares del sátrapa y sus funcionarios más cercanos empezaron a depositar dinero en bancos extranjeros, ante la nueva coyuntura que tanto amenazaba al régimen.

Los exiliados dominicanos, como en anteriores ocasiones, recibieron el apoyo de ciudadanos cubanos, venezolanos, puertorriqueños, norteamericanos y españoles para integrar el Ejército de Liberación Dominicana, en lo que sería el más serio y oportuno intento por derrocar la tiranía.

La primera fuerza expedicionaria, compuesta por 54 guerrilleros, aterrizó en Constanza la tarde del domingo 14 de junio, en un avión codirigido por el ex oficial de la Fuerza Aérea Dominicana Juan de Dios Ventura Simó, quien había desertado meses antes.

Estaba dirigida por el Comandante en Jefe de la expedición Enrique Jimenes Moya y por el veterano guerrillero cubano Delio Gómez Ochoa. Cinco días después, el 19 de junio, desembarcaron por Maimón y Estero Hondo, en la provincia de Puerto Plata, otras dos fuerzas expedicionarias integradas por 144 guerrilleros, comandados por José Horacio Rodríguez Vásquez, hijo de Juancito Rodríguez, y José Antonio Campos Navarro.

Por diversas razones, entre ellas la falta de coordinación y la superioridad del ejército enemigo, las expediciones de junio terminaron en un fracaso militar.

Algunos murieron en combate, un grupo muy numeroso fue apresado, torturado y luego fusilado en la Base Aérea de San Isidro, mientras otros expedicionarios lograron sobrevivir, entre ellos Poncio Pou Saleta, Mayobanex Vargas, Medardo Germán, Delio Gómez Ochoa y el jovencito cubano Pablito Mirabal.

Pese al fracaso militar, la expedición revolucionaria sirvió de estímulo a la juventud de clase media, pues en los meses siguientes un grupo de jóvenes profesionales organizó una agrupación política clandestina que reivindicará la gloria y el programa democrático de los exiliados dominicanos. El principal dirigente e ideólogo de la nueva Agrupación Política 14 de Junio, así fue llamada la organización en memoria a los héroes y mártires de la expedición, lo sería Manuel Aurelio Tavárez Justo (alias Manolo).

Unido a su esposa Minerva Mirabal, Leandro Guzmán, Rafael Faxas Canto, Luis Gómez, Charlie Bogaert, Calleyo Grisanti, Luis Messón, Julito Escoto, Efraín Dotel, Dulce Tejada, Luis Álvarez Pereyra, Ramón A. Rodríguez, Germán Silverio y otros delegados procedentes de todo el país, fundaron la Agrupación en enero de 1960, en una asamblea secreta realizada en una finca de Mao, propiedad de Bogaert. Otras figuras importantes, comprometidas con el movimiento, pero que no asistieron a la asamblea, fueron Manuel Tejada Florentino y José Antonio Fernández Caminero.

Muy pronto las actividades políticas de la Agrupación se extendieron por todo el país, pero serían descubiertas por los servicios de espionaje del gobierno y la mayoría de sus miembros y simpatizantes fueron apresados y masacrados en la cárcel “La 40” y otros centros de tortura del régimen. El salvajismo de los torturadores llegó a tales extremos que “hasta el propio Trujillo estaba impresionado por los hechos”.

Las crueldades de la dictadura con sus opositores llevaron a la Iglesia católica, vieja aliada del régimen, a romper su silencio y el 25 de enero de 1960, dos semanas después que el gobierno develó el complot de los “catorcistas”, redactó su histórica Carta Pastoral, la cual circuló ampliamente y fue leída en todas las iglesias dominicanas.

En ella se reclamaba la vigencia de los derechos humanos y recordaba al régimen que “únicamente Dios, autor de vida”, tenía derecho a disponer de un ser humano. 

Los autores de la Carta imploraban a Dios para “que ninguno de los familiares” de las autoridades trujillistas “experimente jamás, en su existencia, los sufrimientos que afligen ahora a los corazones de tantos padres de familia, de tantos hijos, de tantas madres y de tantas esposas dominicanas”.

La Carta Pastoral, cuya redacción se le atribuye a monseñor Francisco Panal Ramírez, fue apoyada por todos los obispos, entre ellos, Ricardo Pittini, un antiguo alabardero de la dictadura.

La Iglesia además protegió a varios miembros de la Agrupación Política 14 de Junio. El viraje de la Iglesia y la decisión de la embajada norteamericana de ofrecerle protección a los opositores, anunciaban que los días de Trujillo estaban contados.

Los Estados Unidos estaban resueltos a salir de Trujillo para evitar que su permanencia en el poder deviniera en una situación similar a la cubana, donde el dictador Fulgencio Bastita había caído en enero de 1959 por una revolución popular dirigida por Fidel Castro, un líder que jamás sería del agrado de los gobernantes norteamericanos.

En efecto, mientras la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) se involucraba en actividades secretas y aportaba armas para eliminar físicamente al tirano, algunos emisarios del Departamento de Estado visitaron al déspota en diversas ocasiones para convencerlo de que dejara el poder y se fuera a vivir al extranjero, propuesta que Trujillo jamás aceptó.

Al verse abandonado por sus viejos aliados, Trujillo ordenó una campaña de ataques en los medios de comunicación contra el gobierno estadounidense y los miembros de la Iglesia, de quienes se decían barbaridades en la potente emisora Radio Caribe, propiedad del sátrapa, quien también desató su furia contra el Presidente venezolano Rómulo Betancourt debido al apoyo que éste le daba a los exiliados dominicanos.

Su odio contra Betancourt llegó tan profundo que en junio de 1960 intentó matarlo por medio de un atentado organizado por el jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), Johnny Abbes García, en colaboración con antiguos militares venezolanos.

Una poderosa bomba voló un automóvil estacionado en una avenida de Caracas, cuando el carro presidencial pasaba en medio de un desfile con motivo del día de las Fuerzas Armadas venezolanas y el Presidente Betancourt salvó la vida milagrosamente. Era esa la segunda ocasión en que Trujillo atentaba contra la vida del líder democrático venezolano. El primer intento había ocurrido en enero de 1947 por motivos similares. 

El atentado criminal repercutió en Washington y en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA), donde de inmediato se formó una comisión investigadora integrada por representantes de diversos países de la región.

Mientras la comisión rendía su informe, demostrando la participación del régimen dominicano en el atentado, Trujillo maniobraba desesperadamente, forzando la renuncia de su hermano Héctor Bienvenido como Presidente y colocando en la vacante a su íntimo amigo y mejor colaborador Joaquín Balaguer, Vicepresidente de la República en virtud de la modificación constitucional de 1957.

La renuncia forzosa de Héctor Bienvenido, el 3 de agosto de 1960, era una maniobra política para consumo internacional; con ella se buscaba dar la apariencia de que la dictadura se democratizaba, aunque el nuevo inquilino del palacio presidencial se encargó de desmentir la maniobra, cuando dijo, en su discurso de jura, que “Trujillo había creado en la República Dominicana un régimen de esencia tremendamente autoritaria”.

Otros intentos desesperados de Trujillo por “democratizar” su tambaleante régimen, fue la nueva “invitación” hecha a los exiliados dominicanos para que regresaran al país, “donde tendrán todo tipo de garantías” en el ejercicio de sus derechos políticos.

Conociendo los exiliados una experiencia similar ocurrida en 1946, nadie aceptó la invitación tardía del tirano, salvo Máximo López Molina y Andrés Ramos Peguero, quienes habían fundado en Cuba un grupo de izquierda llamado Movimiento Popular Dominicano (MPD).

Los dirigentes izquierdistas llegaron al país cuando Trujillo arreciaba su campaña anti-norteamericana y hacía esfuerzos por establecer relaciones diplomáticas con los 'países comunistas', especialmente con la antigua Unión Soviética, propósito que no pudo lograr. 

Las maniobras políticas de Trujillo no pudieron detener que una reunión de Cancilleres de la OEA realizada en Costa Rica emitiera una fuerte resolución condenando al gobierno dominicano, mediante la ruptura de las relaciones diplomáticas de todos los países miembros y con la interrupción parcial de las relaciones comerciales.

Otro hecho que hundió más al régimen de Trujillo fue el asesinato de las hermanas Mirabal y de Rufino de la Cruz, ocurrido el domingo 25 de noviembre de 1960. Minerva, Patria y María Teresa Mirabal estaban casadas con tres dirigentes de la Agrupación Política 14 de Junio que guardaban prisión en la fortaleza "San Felipe" de Puerto Plata.

Cuando regresaban a Salcedo después de visitar a sus esposos, por la antigua carretera Santiago-Puerto Plata, fueron interceptadas por matones al servicio de Trujillo y las asesinaron a palos. Para simular un accidente, un viejo truco usado por los esbirros trujillistas, sus cuerpos moribundos fueron introducidos en el vehículo en que viajaban y arrojados por una barranca.

Mientras Trujillo demostraba una y otra vez que sus instintos criminales no tenían límites, el gobierno del Presidente estadounidense Dwight Eisenhower volvía a insistir, por medio de algunos emisarios, tratando de persuadir al déspota para que abandonara el poder y se fuera a vivir una especie de exilio dorado al extranjero, peticiones que él rechazaba diciendo que “yo nunca saldré de aquí a no ser que sea en una camilla”.

En cuanto a la situación económica, los años de 1959 y 1960 fueron un verdadero desastre.

En 1959 Trujillo había gastado casi el 50 por ciento del Presupuesto Nacional en compras de armas y durante el año 1960 la crisis financiera lo obligó a firmar un primer préstamo con el FMI por la suma de 15 millones de dólares, mientras la deuda con los tenedores de bonos, que Trujillo había saldado en 1947, volvía a aumentar a 20 millones de dólares.

Para empeorar aún más la situación económica del país, el gobierno del Presidente Eisenhower, acatando las sanciones económicas de la OEA, “dispuso retirar el 35 por ciento del valor total de un embarque de azúcar dominicano vendida a precio preferencial en el mercado norteamericano. Con esa medida el gobierno norteamericano le embargó a Truijillo casi 23 millones de dólares en un momento tremendamente difícil de la economía dominicana”.

Esa disposición elevó el discurso anti estadounidense de Trujillo, llegando incluso a organizar manifestaciones de protesta frente a la embajada norteamericana en Santo Domingo.

Como respuesta, el gobierno norteamericano utilizó una emisora de la isla Swan, ubicada frente a la costa de Honduras, para arremeter contra Trujillo, al tiempo que aceleró los preparativos, a través de sus agentes de la CIA, para eliminar físicamente al viejo y enfermo tirano.

El nuevo Presidente de los Estados Unidos, John Kennedy, quien tomó posesión del cargo en enero de 1961, repetía inútilmente los esfuerzos de su antecesor por forzar la renuncia de Trujillo y en un discurso pronunciado en marzo, en ocasión de haber inaugurado su nueva política exterior llamada Alianza para el Progreso, expresó su esperanza de que pronto la República Dominicana “se vincule a la sociedad de hombres libres”.

Y en los primeros días de mayo, el comandante de las Fuerzas Armadas norteamericanas advertía “que puede haber problemas en la República Dominicana” y que “si las circunstancias requieren el uso de fuerzas, los planes requeridos están en las manos de las unidades que participarían” en la solución de la crisis dominicana.

“Las fuerzas navales actualmente en el área incluyen catorce destructores”.

En medio de tantas tensiones, sin que se vislumbrara algún signo de alivio, la hora de Trujillo se acercaba con su rostro de muerte. En varias ocasiones ya la había presentido.

Mientras navegaba en el yate Angelita con un grupo de amigos en Barahona, preguntó, con sentimiento profético: “¿Quién de ustedes será el Judas que me va a vender?”. Ese presentimiento volvió a cruzar su mente cuando, en los primeros días de mayo le dijo a otros amigos que “pronto voy a dejarles”.

En los planes de la CIA para matar a Trujillo jugarían un papel decisivo un grupo de 19 valientes dominicanos, entre ellos el ex general Juan Tomás Díaz Quezada y su hermano Modesto, íntimo amigo de Trujillo, pero caído en desgracia; Ernesto Antonio de la Maza Vásquez, hermano de Octavio, ahorcado en la cárcel para ocultar el asesinato de Galíndez, el crimen que inició la crisis política de la dictadura; Luis Amiama Tió, Huáscar Tejada Pimentel, el teniente de la Guardia Presidencial Amado García Guerrero, Pedro Livio Cedeño Herrera, Antonio Imbert Barreras, hermano del general Segundo Imbert, condenado a 30 años por conspirador; el ingeniero Roberto Pastoriza Neret, Luis Manuel Cáceres Michel (alias Tunti), Salvador Estrella Sadhalá y Ángel Severo Cabral, el hombre de contacto con la CIA.

Según Robert Crassweller, el complot “se organizó en base a dos grupos de conspiradores. Cada grupo tenía asignado un objetivo y personal diferenciado.

La función encomendada al Grupo de Acción era asesinar a Trujillo y presentar inmediatamente prueba del éxito de su misión al segundo grupo, el Grupo Político, mediante la exhibición del cadáver de Trujillo.

El segundo grupo lanzaría de inmediato un golpe militar, destinado al apoderamiento de la maquinaria del Gobierno y de las Fuerzas Armadas”.

El Grupo de Acción estaba integrado por Imbert, Estrella, García Guerrero, De la Maza, Tejeda, Pastoriza, Livio Cedeño y Tunti Cáceres, quien no participó en la acción del 30 de mayo porque se encontraba en Moca.

El Grupo Político era menos preciso. Incluía a Amiama Tió, a Díaz Quezada, a su hermano Modesto y otros.

En las altas esferas, este grupo contaba con el apoyo del general José René Román Fernández (alias Pupo), Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, casado con una sobrina de Trujillo, pero que “también había recibido numerosas humillaciones tanto por parte de Trujillo como de Rafael Trujillo Martínez (Ramfis)”, el hijo mayor del tirano.

“La autoridad total parece haberse encontrado principalmente en el general (Juan Tomás) Díaz, probablemente el único con suficiente prestigio para ejercer autoridad. Él había sido amigo de infancia de Trujillo en San Cristóbal.

“El complot había quedado ultimado en enero, tras varios meses de preparación en la casa de Salvador Estrella o también en cualquier otro sitio donde dos o más miembros del Grupo de Acción pudiesen caminar o sentarse juntos en el curso de sus reuniones nocturnas.

“El Grupo de Acción estaba constantemente en alerta. Cuando en el Palacio Nacional hubiese indicación de que Trujillo se aprestaba a trasladarse al anochecer a la ‘Estancia Fundación’ siguiendo el itinerario de la avenida George Washington, García Guerrero, de guardia en el Palacio, informaría a los demás mediante mensaje personal.

Con bastante anticipación, saldrían entonces dos automóviles que, siguiendo por la avenida, dejarían atrás los terrenos de la Feria y aguardarían junto a la carretera, listos para bloquearla a la primera señal. Un tercer automóvil, ocupado por cuatro hombres del Grupo de Acción, aguardaría detrás del Teatro Agua y Luz en los terrenos de la Feria, cerca de la avenida, atento a la aparición del coche de Trujillo.

Cuando éste apareciese, los conspiradores en acecho seguirían al vehículo por la avenida y la carretera a la que aquella conduce, hasta aproximadamente el punto donde estarían esperando los dos primeros automóviles.

En este tramo de carretera, los conspiradores acelerarían la marcha para adelantarse al coche de Trujillo. En el instante de adelantarlo, harían señales con los faros a los que estaban apostados más adelante y simultáneamente abrirían fuego de metralleta contra el coche de Trujillo.

“El esperado mensaje de García Guerrero, en el Palacio, llegó a los pacientes confabulados a las siete de la noche del 30 de mayo. El plan se puso en ejecución. Los dos automóviles se colocaron en posición sobre la carretera de San Cristóbal (hoy Autopista 30 de Mayo) a eso de las ocho. Imbert, Estrella, De la Maza, y García Guerrero se pusieron en acecho junto al Teatro Agua y Luz para vigilar la aparición del Chevrolet azul celeste, modelo 1957 en el que viajaba Trujillo”, acompañado de su chofer, el capitán del ejército Zacarías de la Cruz.

Trujillo iba en la parte izquierda del asiento trasero. 

Poco después de las diez de la noche, el coche de Trujillo pasó frente a la Feria y tomó velocidad. Al volante del carro al acecho iba Imbert, quien lo persigue aceleradamente.

Cuando decidió rebasarle, el chofer de Trujillo oyó fuego de metralletas disparado por De la Maza y García Guerrero, quienes iban sentados en el lado derecho del carro que conducía Imbert.

El chofer de Trujillo volvió su mirada y observó que la ventanilla trasera estaba destrozada y su jefe herido.

En ese momento Trujillo le ordenó a De la Cruz detener la marcha para pelear y se armó un tiroteo de fuego cruzado que duró diez minutos. En la balacera resultaron heridos varios de los conjurados.

De la Cruz, valiente y fiel, también pudo sobrevivir, pero su jefe cayó abatido y se desplomó sobre el pavimento y allí quedó sin vida el personaje más influyente de la historia dominicana durante el siglo veinte.