El señor Ernst O. Goebel, Presidente del Instituto de Metrología de la Alemania (PTB), en un prefacio escrito para el libro “Enfrentando el Desafío Global de la Calidad: Una Infraestructura Nacional de la Calidad”, escrito por el experto alemán Clemens Sanetra, escribió que “…los aspectos de la calidad deben ser ahora transformados de percepciones subjetivas a criterios mundiales negociables y susceptibles de mercadeo que son luego convertidos, en organizaciones internacionales y regionales de normalización, metrología o acreditación, en normas capaces de lograr consenso”.

¿Qué habrá querido decir el Profesor Goebel?

Tratemos de explicarlo mirando la visión de la calidad que tenemos en República Dominicana. Es sorprendente que, avanzando hacia el término de la primera mitad del siglo XXI, la mayoría de los actores del mercado dominicano sigan pensando que la calidad de sus bienes y servicios es una obligación o una resultante del cumplimiento de estándares oficiales vigilado por los reguladores del Estado. 

Este enfoque, que se quedó varado en los primeros tres decenios de la posguerra, enfatiza la protección de la salud y seguridad humanas y, marginalmente, por lo menos en el caso de nuestro país, la defensa del medio ambiente y de los recursos naturales.  

De su epicentro secular emanan comandos y controles gubernamentales que exigen certificaciones obligatorias de calidad contra reglamentos técnicos, los cuales se conceptualizan como poderosas herramientas proteccionistas a falta del conocido atrincheramiento arancelario que reinó durante siglos. 

 â€œSi tengo el dominio absoluto de un mercado o soy el dueño del paquete mayoritario de acciones de una empresa que se lleva la gran tajada del mercado nacional, debo tener un reglamento técnico de mi producto que se la ponga difícil a la competencia”, es decir, que, solapadamente, imponga unos requisitos técnicos de entrada de difícil cumplimiento, por lo demás no armonizados con nadie y complementados “sabiamente” con unos excesivos y costosos trámites burocráticos que todos sabemos son diseñados para desalentar o amedrentar  a los nuevos actores.  

Los protagonistas de este viejo sistema son los estándares ex posteriori de productos, las agencias gubernamentales y las industrias locales tradicionales. 

Sin embargo, el sistema de comercio de global ha introducido nuevos elementos que los dominicanos no podemos soslayar.  Las certificaciones de calidad obligatorias no nos sirven para echar el pleito fuera, en mercados exigentes, y nos defienden muy mal en nuestros propios espacios de negocios.  

Tres resultados previsibles: 1) Un débil posicionamiento en los mercados internacionales y regionales; 2) pérdida de los propios espacios de negocios por los cambios institucionales generados por los tratados comerciales y la prevalencia del referido sistema tradicional de aseguramiento de la calidad, y 3) defensa de los derechos legítimos del consumidor de una manera deficiente en la medida en que, al parecer, seguimos haciendo las cosas al “modo viejo” y no termina de entenderse la nueva ley del SIDOCAL.

Volvamos ahora al Prof. Goebel.  Â¿La calidad es ahora una cuestión nacional?  Pongamos un sencillo ejemplo.  Deseamos exportar camarones a la Unión Europea. ¿Cómo debería ayudarnos el sistema nacional de calidad con la ejecución de este proyecto de exportación? 

Lo primero es que los camarones tienen que cumplir con unas normas y reglamentos técnicos, que deben ser los mismos prevalecientes en los países UE, relativos al tamaño, niveles permitidos de productos químicos que existen en forma natural o que pueden resultar dañinos para la salud de los consumidores, límites y clases de aditivos, y requisitos de etiquetado, entre muchos otros. 

 El cumplimiento global de todos esos requisitos implica una serie de eventos que definen la llamada cadena técnica internacional de la calidad:  metrología, que asegura que las mediciones en los laboratorios de ensayo sean confiables y puedan reconocidos en la UE; normalización y reglamentación, siguiendo directrices internacionales de consenso y logrando el mayor grado de armonización respecto a documentos similares vigentes en los territorios de los socios comerciales, y ensayos de laboratorio acreditados por entidades reconocidas.  Del engranaje de la metrología, normalización y ensayos sale un producto con las evidencias (resultados) del cumplimiento necesarias.  

Tales evidencias se resumen en una certificación o marca de conformidad que, para ser aceptada a escala global, debe ser emitida por una entidad acreditada o reconocida en sus competencias técnicas.  El cumplimiento de requisitos, por tanto, requiere de la certificación y el valor de ella depende de si quien la expide es competente.  

Las competencias técnicas se adquieren y demuestran, no se decretan, y ello es posible gracias a una red multilateral de organismos de acreditación.  La demostración nacional de la calidad debe funcionar supeditada a unas reglas (criterios) de juego “mundiales negociables y susceptibles de mercadeo”, de otro modo estaríamos obligados a duplicar esfuerzos en las actividades consabidas.

La evaluación de la conformidad debe ser realizada en laboratorios de ensayo en los que tienen lugar mediciones.  Para que tanto los resultados de ensayo como las mediciones sean confiables, deben provenir de entidades acreditadas o reconocidas en sus respectivas competencias técnicas.  Se acreditan con normas internacionales de consenso a los laboratorios de ensayo, a los laboratorios de calibración (que aseguran que las mediciones sean confiables en los primeros), a las entidades de certificación (que emiten constancias del cumplimiento) y también a los organismos de inspección del Estado.  

Por tanto, nuestros camarones requieren de un infraestructura de calidad que asegure a los compradores el cumplimiento confiable de las normas y reglamentos técnicos pertinentes, avalados por un organismo nacional de normalización y de reglamentación competente; de un instituto de metrología que asegure la confiabilidad y trazabilidad internacional de las mediciones y de un organismo nacional de acreditación que desarrolle las competencias para imprimir confiabilidad a toda la dinámica del Sistema Nacional de la Calidad.

La calidad no se impone, se negocia entre actores nacionales y globales como cualquier otro bien.