¡Quien se  humilla  será enaltecido, quien se deja adiestrar por el manso y humilde de corazón dominará los escenarios más adversos!  Humillarnos ante el Señor significa reconocer que somos carne y hueso, sujetos a pasiones, que tenemos debilidades, que podemos fortalecerlas y aprender de ellas sólo si Dios interviene; la carne puede ser fortalecida por el espíritu. 

Dios es quien sabe cómo ayudarnos a no caer prisioneros de nuestras pasiones o las pasiones de otros; de sentimientos, voluntades volátiles, y no ser gobernados por deseos engañosos, ni por nuestra inteligencia limitada, ni siquiera por nuestras circunstancias. Humillarnos es bajar nuestra cabeza para que la sabiduría de Dios nos conceda la corona de seguridad y verdad, y que podamos levantarnos airosos con dignidad y confianza!\