Nuestros gobernantes profesan siempre que van al Poder, que le servirán al Pueblo y que no permitirán que su gestión sea salpicada por ningún acto de corrupción, pero logrado su objetivo, usan los recursos del Estado para su provecho personal. 

Y en las raras excepciones en que no lo hacen, son permisible con sus funcionarios. Es decir, sino son corruptos, son corruptores.

La corrupción en cualquiera de sus manifestaciones perjudica la esperanza de prosperidad y estabilidad en los países en vías de desarrollo, retrasa el progreso y hace daño a la economía mundial, en detrimento de los sectores de menos ingresos.

Y lo más grave de todo, es que estamentos judiciales no hacen nada para enfrentar este grave flagelo.
Se puede decir que la democracia se debilita y los ciudadanos pierden cada vez más la confianza en los políticos.

En el caso particular de la República Dominicana, se observan acciones solo de “pantalla” con los casos de corrupción.

Un escándalo tapa otro, y nunca los culpables son sancionados: Plan Renove, el Peme, el préstamo de la Sun Land, OISOE, Féliz Bautista, aviones Super Tucano, Odebrecht, solo para citar algunos casos, que han colocado al país en los primeros lugares de corrupción, impunidad y falta de transparencia.

Sigue haciendo falta un mayor interés en la principal figura de cualquier país del mundo. Hablamos del presidente de turno, que lo incluya como su principal tema de agenda, a fin de empezar a corregir entuertos y sentar las bases para conjurar este problema que afecta una buena parte del hemisferio.

Nuestros gobernantes deben pensar en el bienestar colectivo de su Pueblo y no servirse del Poder.